21 MAI 2017 TEMPLOS CINÉFILOS Relatos desde el lado salvaje Victor ESQUIROL Una alfombra roja kilométrica. Iluminada por el flash de mil cámaras; honrada por la presencia de grandes estrellas. Dominic West, por ejemplo, quien irradia glamour y simpatía. Parece que todo lo demás vaya a ser igual, pero no. A pocos metros de ahí, se da una escena mucho más violenta. Un periodista blasfema porque no ha logrado entrar en la proyección de la última película de, precisamente, Dominic West. Está claro: las apariencias engañan. Cannes es la región salvaje. Para muestra, dos películas a concurso. La primera, ‘The Square’, con Elisabeth Moss y, bingo, Dominic West. Empieza la acción y vemos a un distinguido miembro de la élite sueca, paseando por una plaza de Estocolmo. Todo en orden... hasta que se oye un grito de socorro. El hombre reacciona en distintas fases: Desconcierto (fingido), curiosidad, interés y empatía. En el patio de butacas, lo mismo. Ruben Östlund sigue consagrándose como uno de los mayores expertos en sacarnos de la zona de confort. Su quinto largometraje es una invitación a compartir la odisea vital (y espiritual) del director de un museo de arte contemporáneo. Un ser lamentable..., pero con el que podemos vernos muy fácilmente identificados. Ahí está la gracia. A pesar de mostrarse más moralizador y disperso que en anteriores ocasiones, Östlund sigue mezclando de manera genial la risa con la incomodidad. Cocktail molotov arrojado a una sociedad acomodada en la hipocresía; y que por su miedo –salvaje– a entrar en conflictos, se ve incapaz de huir de ellos. Mucho más de resolverlos dignamente. Siguiente parada: “120 battements par minute”, de Robin Campillo. El film empieza con la brutal irrupción de unos activistas en un acto institucional, pero el tono general es más comedido, y aún más desangelado. Estamos a principio de los 90, y seguimos los pasos de un grupo de jóvenes que intentan que el mundo tome consciencia sobre el sida. Entre la colectividad de Cantet y el intimismo de Kechiche, pero lejos del nivel de cualquiera de ellos. La película parece contentarse con la tibiedad. Ahí se queda hasta un desacertado y agónico tramo final en que se priva de orgullo (de la manera más torpe y sí, salvaje) tanto a los personajes como a sus nobles causas. Dommage.