22 MAI 2017 TEMPLOS CINÉFILOS Bombas a Jean-Luc Godard Victor ESQUIROL La situación en los aledaños de la Debussy es la de siempre. Centenares de periodistas se apelotonan en una cola de eterna amargura. Se palpa el miedo a no entrar en la sala. Dentro, la organización experimenta algo similar, pero magnificado. Carreras. Gritos. Se ha encontrado una mochila sospechosa en el Palais. Desalojamos y volvemos a entrar... con la constatación de que el festival de cine más potente del mundo, es vulnerable. Al salir de la proyección de marras (a saber, ‘Le redoutable’, de Michel Hazanavicius), se confirma también la fragilidad de los tótems sobre los que se ha construido Cannes, esa Meca del cine de autor. El director de “The Artist” vuelve a dar señales de vida en un alegre y gamberro regreso a los propios orígenes. De “La classe américaine” a “La classe française”, en una especie de insulto final que deja claro que, en lo que a iconoclastia se refiere, no hay quien gane a Monsieur Hazanavicius. “Le redoutable” es un biopic sobre Jean-Luc Godard, pero también una defensa (por puro contraataque vengativo) del cine cómico. El damnificado es el dios supremo de la Nouvelle Vague, genial (e insoportable) soldado de ese arte revolucionario, sin ataduras, sin formas preconcebidas y, como dijo el genio, «sin espectadores». Pues así se muestra esta película. Como la comedia posmoderna total: una irreverente llamada a la carcajada a través de cualquier virguería conjurada con una cámara o en la sala de montaje. El episodio previo de la alerta por bomba podría ser el complemento imprescindible para entender el chiste entero. No se respeta ni a nadie ni a nada. Prueba de una salud mental cinéfila desternillantemente envidiable. La otra película a competición no hizo tanto ruido, pero dejó mejores sensaciones. “The Meyerowitz Stories” confirma a su director, Noah Baumbach, como uno de los talentos más infalibles del cine USA. En esta ocasión, incide con quirúrgica sensibilidad en las relaciones paternofiliales, fuente inagotable de alegrías y amarguras. Sin llamar directamente ni a las sonrisas ni a las lágrimas, consigue ambas reacciones. Con una técnica exquisita, un trabajo actoral entonadísimo y una capacidad casi sobrenatural para calar hondo haciendo ver que solo se rasca la superficie. Impecable. Un cine a prueba de bombas.