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Ciutat post-podrida


Barcelona soñaba en los años 80 con dejar de ser la «ciutat podrida» que retrató La Trapera. El gran polo industrial del Mediterráneo occidental sufría una crisis económica profunda. En el año 1986 el desempleo tocó el 20%, cifra desconocida hasta entonces en las mediciones modernas.

El desplazamiento y cierre de las fábricas había sido frenético durante la década anterior y, para cuando la heroína comenzó a entrar por la Zona Franca, la opinión pública y los responsables políticos estaban de acuerdo en que hacía falta una reinvención de la ciudad. Así que decidieron atraer y reorientar la inversión. El año récord del paro, la capital catalana fue designada como sede olímpica para 1992.

Los Juegos Olímpicos funcionaron. El consumo de cemento se triplicó en el periodo 1986-1992. La tasa de paró se redujo a la mitad. La de Barcelona pasó a ser la postal más cotizada para las clases medias europeas. Quería dejar de ser una «ciutat podrida», y lo consiguió. El que había sido gran polo industrial se convirtió en el gran polo de la especulación con el suelo urbano.

25 años después, el fenómeno turístico, lejos de remitir, amenaza con reventar la ciudad. En 2016, 30 millones de personas visitaron una ciudad en la que viven poco más de uno y medio. La rentabilidad del suelo, que cayó con la explosión de la burbuja del ladrillo, ya ha roto su anterior techo y la tendencia apunta hacia el cielo.

Vistas la cifras del negocio inmobiliario, es obvio que el cambio de usos de la propiedad urbana, de vivienda a alojamiento turístico, ha llegado para quedarse. Un festín al que los vecinos no están invitados. En 2016 el precio del alquiler se disparó, de media, un 16% en la ciudad, y la restricción de la oferta es tan acusada que parecería que en Barcelona se han acabado los lugares donde vivir.

Barcelona es hoy una «ciutat post-podrida» en la que, como en los ochenta, como en tantos lugares, el capitalismo se empeña en hacer difícil la vida de las personas. Ahora con modos nuevos. Pero la capital de Catalunya es también un grito de alarma para el resto del mundo sobre las consecuencias de la inversión especulativa sin freno.