GARA Euskal Herriko egunkaria
Entrevue
ROBERTO INIESTA
VOCAL Y COMPOSICIÓN DE ROBE

«No se trata del éxito, sino de trabajar en libertad, aún con más libertad»

En 1983 Robe Iniesta inicia su carrera musical con una banda llamada Dosis Letal. Cuatro años más tarde nace Extremoduro. En 2015 decide experimentar en solitario, se publica «Lo que aletea en nuestras cabezas» y dos años después «Destrozares, canciones para el final de los tiempos», álbum que presenta el 15 de junio en el Kursaal de Donostia, 20.30, y el 23 en el Palacio Euskalduna de Bilbo, 21.00.


No es sencillo acotar como músico a Roberto Iniesta. Fuera de su inicio juvenil al lado del rock urbano al estilo Leño o unos AC/DC, poca precisión es posible. Con Extremoduro ha sabido variar de sonoridades con cada disco, en especial desde se etapa media, fuera anclas. Para su carrera en solitario iniciada en 2105 sus preceptos identitarios no han cambiado mucho respecto a los últimos años: libertad e intuición. Puntos de partida que tanto confluyen con su pasado como se pierden en dos líneas paralelas y divergentes.

“Lo que aletea en nuestras cabezas” y “Destrozares, canciones para el final de los tiempos” son huellas descalzas reescritas para crear nuevos vínculos para sus pasos en solitario, aunque bien acompañado. Paseo conjunto para crear dos álbumes con rasgos comunes al contar con los mismo músicos. Dice Robe que «en este disco hemos puesto todos lo mejor y lo más puro que tenemos dentro. Menos yo. Yo he puesto mis carencias y mis errores. He puesto mi delirio, mi falta de gusto, mi confusión, mis lágrimas, mi vanidad, mi soledad de lechuza y mis contradicciones». pero justamente todo eso es la música y el músico que habita en él y lo singulariza entre la desolación y el renacer basado en una desbordante intuición como músico, quien sin estudios musicales es capaz de entenderse con cinco músicos de profunda preparación académica y experiencia. Sus letras son ya cosa de la imaginación, que se tiene o estás apagado.

Robe vive entre su casa de Lezama, donde suele pasar la temporada invernal, y Plasencia, su lugar de nacimiento hace cincuenta y cinco años, donde disfruta de la primavera y el estío.

En Plasencia cuenta con su amigo y batería Alber Fuentes. Tras algunas charlas y mutuos acuerdos, le expone su idea de álbum en solitario y le encomienda que le busque músicos que puedan añadirse a la nueva experiencia: «Solo le puse tres condiciones: que fuesen talentosos, gente maja y que tuvieran ganas [que viene a ser aportar, tener iniciativa y buen trato]».

La petición tiene su punto de marrón coloquial, pero Robe apunta que no fue tan complicado como pueda parecer ni tan comprometido. «Me dijo: ‘Conozco un tío que toca el bajo, el saxo y el clarinete’, pues cojonudo, ‘otro que toca el violín’, pues de puta madre... Lo único que ya fuimos a sabiendas, y una vez que teníamos todo y preguntarnos que necesitábamos todavía, qué le metíamos, era localizar un pianista. No obstante, podían haber sido estos instrumentos como otros, todo son las circunstancias. Igual podría haber quedado más contento con otros instrumentos, pero eso nunca lo sabré, lo que sí sé es que cuando vi cómo iba sonando todo esto me quedé muy contento, como ya me ocurrió con el primer disco».

Ese inicio fue “Lo que aletea en nuestras cabezas” y que escuchado “Destrozares, canciones para el final de los tiempos” da la apariencia de que fue la necesaria base para que naciera un disco tan espléndido como este segundo, donde de manera consciente o desde el mundo de la casualidad con sus porqués surge un disco más centrado y apoyado en los rasgos posiblemente más atractivos del debut: el uso del violín como elemento de carga visual y los contrapesos mejor situados del resto de instrumentación: vientos y teclas por su capacidad especial para colorear.

Con el primer álbum no hubo gira. Había que pensarse bien cómo plantear un disco de esas características en salas o teatros. Con este segundo sí hay gira ya iniciada hace fechas, pero también tras largas reflexiones y dudas.

“Destrozares, canciones para el final de los tiempos” nos parece un álbum mejor nutrido y ordenado musicalmente, se percibe la experiencia del disco anterior y su poso. También se siente más centrado y aunque Robe afirme que no escucha discos, que no sigue la actualidad, que no precisa de esa inspiración ajena, al final el álbum, editado en cedé y vinilo por El Dromedario Records, suena sinfónico, a veces progresivo y puntualmente cercano a la música reiterativa en algunos arreglos de cuerda. La idea final es más homogénea y quizá por esa cuestión lleva ya vendidos oficialmente más de 20.000 ejemplares, disco de oro, una cifra al alcance de muy pocos músicos.

“Destrozares, canciones para el final de los tiempos” es un disco de aspecto internacional, capaz de competir con las nuevas líneas del rock sinfónico, de épica emocional. Uno y otro, primero y segundo, son buenos hermanos, aún más desde la beldad y sentido de la poesía de Roberto Iniesta, que continúa siendo un escritor que resquebraja sentimientos, tan rudo como delicado, de metáfora inspirada, de giros inesperados. “Hoy al mundo renuncio”: “Puede ser que sea que estoy harto de ver lo que quiera que sea lo que vea. Puede ser que esté cansado de mirar y no ver más que anuncios de mierda (...) Yo, a mi manera, alejado, a su lado, de todas las reglas; que en este tejado la única bandera son sus bragas negras. Vivo siempre fuera de todas las reglas. Mi única bandera son sus bragas negras. Y veo todo pasar desde fuera”.

«En este disco quería hacer algo diferente, que me sorprendiera. Con el primer disco no tenía planeado qué tipo de instrumentos iba a incluir. Fui buscando músicos que tuvieran talento. El instrumento que tocaran no me preocupaba, me atraía la sorpresa. Una vez que tuvimos violín, saxo, bajo… nos dijimos que todo se redondearía metiendo unas teclas: piano [a veces un poco jazzy], órgano… La idea general es que partiendo de una base queríamos probar qué salía, que lo fuéramos viendo. Desde primera experiencia partimos, pero hemos querido seguir experimentando. Veíamos que con el tipo de canciones que teníamos se podían hacer muchas cosas, que se podía ser más ambicioso».

Y lo han sido sin duda, desgarrando sentimientos y trazando ensoñaciones, por lo que no extraña que la gira se haya planteado por locales de cómoda escucha y perfecta sonoridad. Esta es una mini orquesta con foso rockero estilizado, sin miedo y con un director que desde su humildad como músico crece sin limitaciones.

«No he necesitado escuchar música sinfónica ni discos concretos. Me pasa un poco como en la poesía, tienes tus libros, pero acudes a ellos de vez en cuando. Yo no estoy por ver qué suene ahora o cómo se hacen las cosas, prefiero mantener mi cabeza limpia, aunque ello conlleve que puedas hacer algo que ya esté hecho. No creo que sea importante estar al tanto. Tampoco sé si soy más músico, lo que siento es que voy evolucionando. Yo no sé si esto es ser más músico, pero tengo claro que me gusta probar, no usar siempre los mismos esquemas, ver otras posibilidades».

La escucha en streaming puede servir para comparar lo escrito con la realidad. Canciones como “Hoy al mundo renuncio”, “Querré lo prohibido”, “El cielo cambió de forma”, “Por encima del bien y del mal” (y lo está), “Donde se rompen las olas”, “La canción más triste”, desoladora, o la absorbente “Destrozares”, un sustantivo inventado por Robe, son canciones de belleza sin objeción, desgarros hasta el hueso, una apacible siesta entre huracanes. Todo con un trabajo de producción que cabe imaginar tan tenso como entusiasmado. «Con el primero pudo ser más arriesgado, pero con este tenía ya plena confianza en la producción de Álvaro y David. Pero son discos trabajados mucho en el estudio entre todos. No son trabajos procedentes de maquetas, hechos con el ordenador. No, son discos de mucho trabajo en el local de ensayo, lo que nos ha permitido conocernos bien, saber qué gustos teníamos, qué se podía aportar».

«Durante mucho tiempo, he tenido éxito con Extremoduro. Han salido las cosas bien, he grabado un montón de discos y a mucha gente les han gustado. Pero siento la necesidad de sorprenderme a mí mismo, aunque me salga mal. Y no por eso se va a hundir el mundo. Ahora no se trata de tener éxito, sino de trabajar en libertad, aún con más libertad».