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JO PUNTUA

Belleza


Será el racionalismo machista occidental, será la vergonzosa misoginia de nuestra sociedad, será alguna otra cosa o la combinación de varias. El caso es que consideramos elevado apreciar lo bello cuando miramos un paisaje o una obra de arte, pero no lo tenemos tan claro cuando son las personas, en general, y las mujeres, muy en particular, las que cultivan su belleza. Y con las personas me refiero a las mujeres. En primer lugar porque la masculinidad patriarcal conlleva, a menudo, que los hombres no se autoricen el derecho a cultivar su estética y porque en esto, como en tantas cosas, hay una escandalosa doble moral. Solo hace falta ver la cantidad de artículos que tratan sobre si la depilación o el maquillaje y qué pocos –si es que hay alguno– tratan del dilema entre afeitarse o dejarse la barba o se plantean si quiera el hecho de que los hombres también se depilan.

Es cierto que el excesivo culto a la belleza puede ser problemático si nos perdemos en ella por frivolidad, por narcisismo o por una visión demasiado estrecha de nuestra valía personal. Y es verdad que la publicidad o los medios de comunicación han hecho una interpretación de lo bello que de tan cerrada ha resultado asfixiante. Pero no hay nada censurable en el impulso humano de apreciar y cultivar la belleza, ni la nuestra ni la de los demás. Lo decía muy bien la escritora Elvira Lindo en un artículo en defensa de la actriz Blanca Suárez y como contrarréplica a quienes empezaron criticándola por sus declaraciones en torno al feminismo para acabar llamándola de todo menos bonita. O mejor dicho: además de todo, bonita. «Una mujer», escribió Lindo en su columna, «no debe ser juzgada por su físico, por supuesto, pero tampoco es lógico censurar que se celebre lo bello».

Eso no significa que tenemos que renegar de lo abominable, lo desagradable, lo abyecto, lo que nos avergüenza o nos rebaja. Quizá sea justo lo contrario. Quizá tenemos que detenernos a mirar esas cosas, especialmente en nosotras mismas, para comprenderlas, rescatar lo que nos pueden ofrecer y sanar el mundo. Quizá la belleza simplemente sea eso. Mirar lo humano, comprometernos a cuidarlo y ponernos siempre de su lado.