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DE REOJO

En gris


Ayer se disputó un Gran Premio de motociclismo, esos espectáculos en donde unas máquinas de dos ruedas son conducidas por unos jóvenes millonarios a unas velocidades incomprensibles, que parece lucir colores y logos, pero a la vez disponen de una tecnología suprema para poder dar curvas con una inclinación inverosímil sin que se desplace el eje, que sufren accidentes que parecen graves pero que los jóvenes magros se levantan, enfurruñados, corren a pie después de limpiarse el polvo a intentar poner en pie de nuevo la moto y si pueden siguen compitiendo a la misma velocidad o más. También hay accidentes graves. Incluso mortales. Un porcentaje dentro de la estadística. Por eso ganan tanto dinero. Y porque concitan a millones de seguidores en el mundo entero a la misma hora.

Espectáculos globales que tienen una repercusión global extraordinaria. Las marcas que se anuncian y soportan estas retransmisiones son de distribución global, es decir, es publicidad, negocio global. Pues bien, el domingo llovía en Italia de manera tormentosa. En la pista donde se celebraba caía de manera constante e inusitada. Los motoristas se caían como moscas, no terminaron ni el cincuenta por ciento de los contendientes, pero no se suspendió ninguna de las tres carreras. En el reglamento se observa esa posibilidad por circunstancias como las que se vivían, pero el espectáculo debía continuar. No hubo ningún accidente grave. Hubo mucha incertidumbre, otro espectáculo, en gris, con motos patinando sobre la pista,  esperando siempre la caída. Que se producía de manera constante, uno de tras de otro. Y yo los contaba, como los comentaristas. ¿Es normal disfrutar de estas cosas en estas circunstancias? Yo creo que hay que hacérselo mirar. Y en el circuito miles de personas aplaudiendo y sin visibilidad.