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JO PUNTUA

Falda escocesa


Es una distorsión muy común en nuestro entorno, a causa de la contaminación ambiental a la que nos vemos sometidos: la dimisión de un político nos parece una buena noticia. No estamos acostumbrados. La semana pasada dimitía el ministro de Defensa británico, Michael Fallon, tras admitir que había acosado sexualmente y de forma reiterada a una periodista. La dimisión es, en todo caso, un mal menor. Y necesario. Pero la única buena noticia llegará el día en que nadie tenga que dimitir por acoso sexual.

Otra: el acto oficial de la ATP para el sorteo de grupos del NextGen, una especie de Masters que pretende designar al mejor jugador joven del mundo. Ver para creer. En vez de bolas y bombo, utilizaron mujeres. La mecánica consistía en que cada jugador elegía la chica que más le gustaba y ésta, en medio de un sugerente baile, se quitaba la chaqueta o se abría la falda para mostrar la letra del grupo que le había correspondido. La ATP ha pedido disculpas e incluso ha denostado la ceremonia: «Fue de mal gusto e inaceptable». Ya. ¿No se dieron cuenta en alguna de las cuarenta reuniones en las trataron un proyecto de relevancia mundial, en el que tanto la ATP como su patrocinador, Red Bull, invierten su dinero y se juegan su imagen? No cuela. Como no cuela que, a pesar de ciertos avances, en el tenis persista una notable brecha salarial entre hombres y mujeres: cada año, en el circuito masculino profesional se reparten 160 millones de euros. En el femenino, 120 millones. Un 25% menos.

Siendo realista, a día de hoy resulta quimérico plantear una competición única, sin distinción de sexos. Pero, desde luego, ése debería ser el objetivo último de una sociedad realmente comprometida con la igualdad y de las políticas públicas relacionadas con el deporte. Nadie niega que la labor es compleja, pero ha de comenzar desde el principio: desde el deporte escolar. Por cierto, aprovecho para decir que los colegios que separan a los niños de las niñas en edificios diferentes no practican «educación diferenciada», sino educación sexista. Para ellas, falda escocesa y blusa blanca. Para ellos, pantalón corto gris marengo y camisa azul cielo. Así no. Nunca.