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DE REOJO

Veneno


Desde que se vieron en todas las cadenas del universo las imágenes desde el Tribunal Penal Internacional de La Haya del exgeneral bosniocroata Slobodan Parljack ingiriendo una pócima contenida en una pequeña vasija que resultó ser un veneno que le produjo la muerte a las pocas horas en el hospital, se ha perdido cualquier posibilidad de creerse algo sobre la Justicia, sea local, regional, continental,  y mucho menos universal. La cara del presidente de ese tribunal con sus cascos puestos, sin saber qué pasaba mientras el reo se tomaba su cicuta, es demoledora. Un suicidio en directo, de lo más impactante desde hace décadas. Es lógico que se pregunten unos y otros, ¿cómo es posible que tuviera en su poder ese veneno dentro de la sala de un tribunal internacional con difusión pública? Ahora se buscarán los supuestos culpables, se expedientará a funcionarios, médicos, pero lo cierto es que por mucho que se quiera parangonar o comparar con lo que hacían los nazis, cuando entraban en estas situaciones, hay que señalar que estamos ante una circunstancia realmente escandalosa.

La seguridad de un preso, por muy deleznable que sean los crímenes de los que se le acusa, es responsabilidad política y judicial. Y aquí hay un fallo garrafal que abre de nuevo todas la sospechosas. Otro tribunal, esta vez en la Argentina de Macri, ha condenado a cadena perpetua a todos los responsables de los vuelos de la muerte, esa acción criminal absolutamente terrorífica de meter en aviones a jóvenes opositores y lanzarlos al Océano, para que desaparezcan y no existan huellas. Estamos hablando de crímenes realizados por militares hace cuarenta años. Esta condena ayuda a restañar algunas heridas personales, familiares  y sociales, pero la memoria política debe mantenerse viva para seguir indagando y extirpar el veneno totalitario.