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Tarajal, memoria y emplazamientos


La playa de Ceuta sigue siendo testigo mudo de la tragedia que presenció aquella madrugada. Era el 6 de febrero de 2014 y unos 200 subsaharianos intentaron acceder a Europa bordeando a nado el espigón de Tarajal, frontera artificial que separa Marruecos de España. Mala elección. Sus brazadas frenéticas, impulsadas por el temor y la esperanza, los acercaban a la playa. Allá les esperaba un amplio contingente de guardias civiles pertrechado con material antidisturbios. Los gritos de aliento de aquellos quedaron congelados por el fragor de las armas de estos. Diez minutos dantescos y luego el recuento de estragos.

Nadadores exhaustos y cuerpos a la deriva. Se habla de 15 asesinados pero nunca se sabrá el número exacto. Varios de ellos, impactados por los proyectiles, se hundieron para siempre en las aguas oscuras de la amanecida, «muertes siniestras», según Human Rights Watch. Nadie llamó a los servicios de asistencia reclamando la ayuda que necesitaban los náufragos; 23 supervivientes, agrupados en la playa, fueron devueltos al punto de partida. A partir de ahí, un relato oficial cargado de encubrimientos. El delegado de Gobierno en Ceuta, el director de la Guardia Civil y el Ministro de Interior –el inefable Fernández Díaz– rivalizaron en falacias; la mayoría absoluta del PP en el Congreso, impidió la solicitada comisión de investigación. Las declaraciones de los supervivientes recogidas por varias ONGs contribuyeron a desvelar la realidad. En contra de lo dicho, los guardias civiles habían utilizado material antidisturbios; habían disparado directamente a los cuerpos de los subsaharianos o a los flotadores en los que se sostenían; muchos de los nadadores conservaban las marcas inconfundibles de los proyectiles; varios de ellos consiguieron acceder a territorio español y fueron devueltos a Marruecos ofreciendo resistencia; existían grabaciones precisas de lo sucedido que habían sido negadas y ocultadas.

Como era de temer, un espeso manto de impunidad ha cubierto esta masacre de gentes sin nombre. No se tomaron medidas cautelares contra los agentes y los responsables del operativo. Quienes reclamaron justicia, encontraron a esta sorda y ciega. Hubo de pasar más de un año para que se tomara la primera declaración a los 16 guardias civiles imputados. La jueza instructora, lo mismo que las autoridades policiales, legitimó la violencia represiva sin determinar responsabilidades. Hace diez días, dicha magistrada resolvió el sobreseimiento de la causa por «no encontrar debidamente justificada la perpetración de delitos».

Tarajal fue la expresión sangrante de una Unión Europea que defiende su castillo con brutalidad. Un episodio más en la cadena de atropellos que se están cometiendo contra quienes, impelidos por la barbarie, buscan cobijo en nuestra inexpugnable fortaleza; desde aquella siniestra madrugada, son más de 14.000 las personas que se han ahogado en el Mediterráneo. Fenómeno terrible que no cesa y que, probablemente, se agudizara ya que la desigualdad entre pobres y ricos se incrementa: «La falta de soluciones alternativas para vivir ha derivado en una situación de violencia», dice Francesco di Donna, coordinador de Médicos sin Fronteras en Italia. «La guerra contra la migración irregular, dice el activista nigeriano Amadou Boulama, es una guerra contra los pobres; una persona rica puede moverse con libertad». El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, reconoció que lo que está sucediendo es un escandaloso fracaso colectivo: «La muerte de emigrantes en mares y desiertos representa el fracaso político más grave». Ramalazo de lucidez que debiera golpear conciencias y provocar respuestas adecuadas.

Hay personas comprometidas (destaca su perfil femenino) que han asumido la defensa de los migrantes. Helena Maleno, activista de la ONG “Caminando fronteras”, denunció lo ocurrido aquel 6 de febrero, una de las muchas intervenciones que la han llevado al banquillo de los acusados. Y, por otro lado, a merecer el apoyo solidario de quienes admiramos su entereza. Otro contrapunto a la violencia de Tarajal lo ponen Mujeres contra la Guerra, movimiento antiimperialista que ha tomado cuerpo en nuestra tierra. O lo que vivimos en Santurtzi el 16 de diciembre pasado: como personajes de una tragedia griega, mujeres de Euskal Herria se encadenaron a la valla que delimita el Abra bajo una lluvia inclemente y hostil. Con el Cantábrico a sus espaldas, hicieron un emplazamiento audaz: que ningún mar del mundo sea utilizado como cementerio de pobres. Y que todos los puertos –haciendo honor a su nombre– sean puertas abiertas a quienes buscan vivir con dignidad.