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JO PUNTUA

La hora de los villanos


Oye uno declarar a, por ejemplo, Álvaro Pérez, «El Bigotes», y sabe que, mayormente, no miente. Escucha uno, por el contrario, al ministro de Justicia (?) español, señor Catalá, y sabe que miente. Siguiendo con casos recientes, le oye uno a Cristina Cifuentes apelar a su honor y honra calderoniana porque un «miserable» (F. Granados) revela su ocasional relación con un excargo de Madrid (I. González) y sabe que miente, o, mejor dicho, finge sibilina y santa indignación mientras usa el leit motiv para tapar el busilis de la cosa, a saber: cajas B, etc. Yo le creo a Granados al margen de que sea un chulo impresentable que se la pasó mintiendo como bellaco. Pero esta vez no. ¿Por qué creerles ahora? Justamente porque se ven apurados y, sin necesidad de «arrepentirse», de momento, como excompinches para «colaborar con la justicia» buscando rebajas penales. Aplican eso tan español de, si muero, será matando, ¡mecagoendios!, o el más castizo «yo este marrón no me lo como solo, cabrones». Es entonces cuando hay que creerles.

Y ahora avanzo una teoría –entre jocoseria– que tiene que ver con el neurólogo Pavlov y sus reflejos condicionados y M. Rajoy. Vaya por adelantado que, por obvias razones higiénicas, al presidente del Gobierno no hay que creerle por sistema: miente con fruición y a sabiendas. Pero –y aquí mi descabellada teoría que no es la primera vez que expongo– donde se aprecia de manera indubitable que Rajoy miente es cuando le sale un inopinado tic en la ceja izquierda en algún pasaje de su arenga. Es un tic irreprimible que (le) delata el clímax de su trola más álgida: son los peores momentos para el presidente porque sabe que en ese justo momento miente más que habla. Pero no teme que le pille un frenólogo o fisiognomita porque confía en su troupe de tribulettes paniaguados y los mesteres de juglaría y clerecía.

Los actores de la Grecia clásica utilizaban máscaras para, entre otras funciones, ocultar las expresiones y emociones de su verdadero rostro. A Rajoy se le cae la máscara cuando le acosa el maldito tic.

Fíjense, amigos.