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DE REOJO

Odio


En estos tiempos de la instauración de la posverdad como doctrina, convendría definir el concepto odio de manera clara y sin contorsiones ideológicas o justicieras. Ayer lunes pasé un mal día leyendo o escuchando la palabra por letra impresa, virtual o por intervenciones audiovisuales de tele o radio. Referido tanto a la intervención criminal de la coalición que bombardeó Siria de manera impúdica y con plena consciencia de que era un acto sin justificación, pero que demasiados corifeos lo justifican con argumentos que rezuman odio. O venganza. O crueldad. Tengo que confesar que ese cinismo, me influye.

Pero cuando se analizaba el juicio-farsa a los muchachos de Altsasu, definido de una manera obsesiva como acto terrorista, con argumentaciones tan forzadas que lo único que derramaban esas mentiras encadenadas era odio. Así, sin más, odio a unos jóvenes que se atrevieron a pelearse con unos guardias civiles, que como diría García Lorca, «con el alma de charol vienen por la carretera», en esta ocasión por las fiestas de un pueblo, como las de los Camborios, para reventarlas. Un incidente a la madrugada, un tumulto que es considerado acto terrorista por la simple aplicación de un código penal del odio reformado por muchos partidos cómplices.

La otra sede del odio esparcido está en esa terrorífica AN, donde el juez Llarena sigue haciendo méritos para escalar a algún ministerio en breve. Odia a los dirigentes de los partidos y las organizaciones civiles que quieren la independencia de Catalunya y que la quieren alcanzar, como quedó demostrado, por la vía pacífica que fue interrumpida por la violencia de los “piolines” al mando de Zoido. Los delitos de odio se colocan solamente en las fobias al homosexual o extranjero, pero el odio mayor se ejerce contra los que no siguen a la manada. Odio el odio.