07 JUIL. 2018 IKUSMIRA El rojo y blanco suma Maite Ubiria Periodista No hay vuelta atrás, el txupin enfumó el cielo y con él la capital de Euskal Herria se adentró ayer, con sus penas pero sobre todo con sus afanes de gloria, en ese túnel en el que la masa celebrante sabe cómo entra intuyendo apenas cómo llegará al Pobre de Mí. El mástil huérfano puso en evidencia lo que falta por hacer para que el cambio termine de descabalgar de sus planes a los aguafiestas. La ikurriña, codeándose en la plaza con otras sentidas reivindicaciones, se encargó de hacer el vacío a los estamentos que cornean aquí y allá, cegados por la nostalgia, con el vano propósito de devolver a la oscuridad del No-Do una realidad rica en matices. No faltan razones para dudar, y es que aún duelen, ¡y cómo!, las ausencias impuestas de Nagore, de Germán... pero son más los motivos para creer en la capacidad de la ciudad para proteger con sus murallas a quienes siguen padeciendo y de expulsar extramuros a las bestias que golpean en manada, ya con uniforme foráneo ya usurpando la indumentaria festiva, al abrigo de una impunidad de la que aborrecen las plazas llenas, por más que la verdad judicial entendida como justicia no se atisbe en el horizonte. El blanco y rojo es un antídoto contra muchas cosas, de partida contra la monotonía diaria, también contra el olor a incienso que aún impregna no pocos recovecos del burgo. El rojo y blanco es un bálsamo contra el raca-raca de los adeptos al régimen de la imposición y de los apologetas de la exclusión. El rojo y blanco es una afirmación colectiva, local y abierta, frente al negacionismo y también frente a las intromisiones extemporáneas. El rojo y blanco suma y la mezcla es milagrosa.