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DE REOJO

La cueva


Los niños tailandeses atrapados en una cueva forman parte de la angustia veraniega externalizada. La insistencia en todas las cadenas globales, universales, por darnos imágenes, datos, probabilidades, partes meteorológicos y asuntos de escafandrismo y espeleología subacuática se encaraman ante los hechos más tangibles: la derrota de Brasil ante Bélgica en el campeonato Mundial de fútbol. Bélgica, para los menos duchos, está entrenada por un catalán, de Lleida, para más señas. Allí se refugió Puigdemont y acaban de darle aliento a Valtonyc, el rapero condenado por la justicia española. Y ahí lo dejo.

Lo de la cueva cuesta aceptarlo de manera sencilla porque las preguntas se acumulan y las respuestas se convierten en misterios. Las soluciones parecen formar parte de un asunto de estado, de una obra de ingeniería, y todos miran al cielo por si llueve. Las bombas desalojando las cavidades de agua forman parte del relato (lo he escrito, ¡maldita sea!) que me suena a forzado. Hay un drama que puede acabar en tragedia, pero que se trata como un espectáculo.

No hay polémica, ni debate, simples apuntes de un futuro próximo. Los encierros, los toros en los Sanfermines; costará mucho hasta que se conviertan en un pasado memorable. De seguir por este camino, con esos mansos tan enormes, anuncian un tiempo cercano en el que serán tractores y cosechadoras quienes protegerán a los toritos guapos de El Fary, que corren alegres y ligeros por calles abarrotadas de cuerpos traslúcidos y trasportando marcas comerciales. Hacen más contra los toros, la masificación, la actitud acrítica de los cronistas, los tópicos y los taurinos profesionales que los abolicionistas.

Me vuelvo a mi cueva platónica, porque sentí que el encierro de ayer ya lo había visto. Y oído.