Feminismo on fire

En los últimos meses, allá donde vaya, debato con otras feministas sobre cómo encarar los desafíos de esta nueva fase de nuestra larga, obstinada, tenaz e irrenunciable lucha contra el patriarcado. De pronto, aunque mejor que nadie sabemos que no ha sido de pronto, el feminismo parece haberse socializado. Y andamos revueltas, como siempre pero más.

Porque ser feminista supone no descansar, lo que nunca significó no disfrutar. Experimentar el machismo y su omnipresente y ventajosa violencia con ventaja, en tu propia carne y en la carne de esa muchedumbre que son las demás mujeres y otras parias, te mantiene siempre alerta. En tu familia, en las calles, en los centros educativos, en los trabajos, en las fiestas, en las cuadrillas, en tus parejas. El machismo nunca nos ha dado vacaciones, tampoco la explotación económica, ni España, ni Francia: es lo que tienen los sistemas de dominación, no se establecieron contra el pueblo para darnos respiro alguno.

Hacerte feminista, es decir, descubrir que toda esa justiciera rabia acumulada no solo tiene un nombre, también tiene un movimiento revolucionario con una genealogía grandiosa y, sobre todo, tiene un plan, es un subidón inigualable. Lo mismo cuando creciste en esa enloquecedora simulación patriarcal de normalidad que si, como a mí, te tocó la versión más gore del machismo. A violaciones y sentencias tan dolorosamente patriarcales como la de «La Manada» nos venimos enfrentando desde hace décadas, pero por primera vez, gran parte de la sociedad está con nosotras. A las que llevamos más en esta batalla nos toca mantener el timón alejado de derivas punitivas, victimistas, moderadas, esencialistas, racistas, clasistas… Las trampas de siempre. En los últimos y apasionantes tiempos, mire a donde mire, encuentro bravas mujeres alzadas contra el patriarcado que por fin se definen como feministas.

Toda mi vida he esperado (y provocado) este momento. Y si en algo confío, por experiencia, es en nuestra prodigiosa y estratégica terquedad feminista.