16 SEPT. 2018 JO PUNTUA Esta vez en el nombre de Buda Fede de los Ríos Encontrábase el octogenario Tenzin Gyatso, XIVº Dalai Lama, en el brete de si reencarnarse o no y si sí, qué niño o niña «atractiva» (sic) escoger a tal propósito, cuando de repente le comunican lo de las violaciones de espirituales monjes a tiernas y tiernos novicios aunque espirituales también un poquito carnales. Al parecer al sonido vibracional Om de los mantras transportadores hacia elevados estados de conciencia emitidos por los anaranjados monjes, algunas de las veces, se le unía otro por lo bajinis de ahhh… que me voy, que me voy, que me estoy yendo. Abriendo chakras a la mayor gloria de Buda, el gordito. Según describen los denunciantes, discípulos y acólitos, muchos de sus maestros meditativos les aseguraban que el contacto físico aceleraba su proceso de purificación. Ello dejaba a los acólitos y acólitas con la mosca detrás de la oreja. Paradójicamente la meditación dejábales meditabundos. La palpación como forma de blanqueo del aura era algo de lo que no habían oído hablar y lo de la introspección mediante el tercer ojo, el que mira hacia interior era más que molesto. Acusan al Dalai Nobel de la Paz, medalla de Oro de Bush y Premio Internacional Jaime Brunet de la Universidad Pública de Navarra a la promoción de los Derechos Humanos, de hacer oídos sordos, mirar hacia otro lado y no decir esta boca es mía. Como si ya fuera la reencarnación a un tiempo de los tres monos sabios. Los popes se parecen tanto. Resulta más que curioso el ecumenismo de las religiones. A las tres sectas abrahámicas, judaísmo, cristianismo e islamismo; siempre tan espirituales y tan en guerra con lo carnal; fuente de culpa, represión sexual, relaciones de poder y, por ende, de una doble moral causante de abusos e infelicidad; ahora se le unen también los guais de la paz y el amor, los maestros y gurús de la renuncia a lo terrenal zumbándose a los hambrientos de espiritualidad oriental. Nada que no sospecháramos. Nada nuevo. La religión. Según describen los denunciantes, discípulos y acólitos, muchos de sus maestros meditativos les aseguraban que el contacto físico aceleraba su proceso de purificación