25 NOV. 2018 DE REOJO Amarillo Raimundo Fitero No hace tanto que hablábamos del amarillismo en referencia a ciertos conceptos periodísticos, sindicales o políticos. Hoy, el amarillo no es un color, es una idea del mundo. Los millennials han decido que es su color, en sicología se considera que este color primario provoca unas reacciones físicas positivas, como es estimular la energía y lleva a la felicidad. Por lo tanto, y como en tantas ocasiones, la caverna mediática que es el brazo ortopédico de la banda, están ocupados en convertir el amarillo en un color cargado por el diablo. Es curioso que el amarillismo repudie con tozudez al color amarillo que le da sustento. Pero resulta que en el Estado francés hay una protesta ciudadana que va aumentando y se identifica como la de los “chalecos amarillos”. La subida de los impuestos a los hidrocarburos, especialmente al gasoil, es la espoleta que ha despertado a los franceses, y se manifiestan con esos chalecos amarillos de uso obligatorio para los automovilistas que sirven para ser vistos en las carreteras y arcenes de autopistas. Lo cierto es que ya se han visto imágenes de las cargas policiales, el uso de material pesado antidisturbios, es decir, que a Macron no le tiembla la mano cuando se trata de reprimir movimientos ciudadanos de manera violenta. Es una competición represiva global. Lo que los naranjitos descerebrados, los azulones protofascistas y los fascistas boreales de Vox –que en un spot dicen que Franco fusilaba, pero sin odio– están haciendo con el amarillo en forma de lazo que solicita una justicia básica, que salgan de las cárceles los políticos apresados por esa banda de jueces de militancia suprema, es estigmatizar a un color que ya tiene un significado negativo en el mundo teatral, pero que se identifica también con el oro y la luz. Hasta hubo una vez un submarino amarillo.