Carlos GIL
TEATRO

Artefacto descoyuntado en su esencia básica

La intención, la idea, la propuesta de Alex Gerediaga, por lo que podemos intuir,tiene consistencia, ambición, se coloca en un punto de cruce de diferentes lenguajes a los que convoca a narrar en igualdad de condiciones la historia de Macbeth. Sucede que, en la realización, la ejecución, la plasmación de esas ideas fuerza, de esas alteraciones narrativas y de confluencia, empezar con un trozo de película en pantalla grande en donde se tirotea a un personaje, es empezar muy fuerte. Y lo que sucede posteriormente en escena, nunca llega a emparentarse en intensidad, capacidad de comunicación ni fuerza emocional con ese arranque espectacular, que configura en el imaginario una idea, una estética, una forma de contar. Es más, lo que sucede en escena, lo que se remite a lo que podríamos considerar estrictamente teatral, hace aguas por todos los costados. Se difumina conforme pasan los minutos, porque está en otros términos, que en ocasiones parecen incompatibles. El artefacto creado por Gerediaga no alcanza nunca el funcionamiento cohesionado que parece sugerir. Siempre van los movimientos escénicos de los elementos neutros por un lado, las posturas y actitudes de pose de los personajes por otro y el texto perdido en una dicción muy mejorable y unas interpretaciones que nunca llegan a estar a la altura de lo requerido. Y un Shakespeare, por mucho que se le arrope con dramaturgias superpuestas de dirección, si no se interpreta bien, se pierde, se hace incomprensible y en este caso no llega nadie del reparto, nunca, a dar lo mínimo exigido para estar en el mismo valor que lo que espacial, lumínica y musicalmente se aporta. El artefacto se descoyunta, todo transcurre en un limbo. Y es que estamos hablando de personajes muy complejos, de situaciones que requieren más estudio, más profundidad de análisis, para crear la base de afrontar la interpretación. Es como si no se hubiera encontrado el punto de expresión adecuado y se recurre a tics y tópicos, que nunca alcanzan para solventar otras carencias. El esteticismo se agosta en la falta de intensidad interpretativa. Y ello lleva imparablemente a una disfunción absoluta, a un plano menor.