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JO PUNTUA

Charlamentarismo de tres centavos


Con este término definía Unamuno el pseudoparlamentarismo de la Restauración borbónica (antes de la II República). En los parlamentos raras veces se refleja la lucha de clases. Todo lo contrario, lo que prevalece es la conciliación de clases y se cuidan mucho de hablar de «rivales», «adversarios» y no de «enemigos», y menos de clase, quizá porque nunca los hubo. Había que ver las acotaciones a las intervenciones parlamentarias republicanas llenas de pasión política por la defensa de unas ideas en las que muchos, en el Hemiciclo y en la calle, creían.

En el español en absoluto, salvo cuando en la República, José María Gil-Robles quiso instaurar el fascismo por «vía parlamentaria» (ahora no hace falta). Y, al no poder, vino la guerra civil y una sublevación militar-fascista que no se levantó contra la República sino contra la victoria del Frente Popular en las elecciones del 16 de febrero de 1936. De aquella guerra y de sus ganadores y sus barros vienen estos lodos parlamentaristas.

«¡Libertad! Bien entendida, ¡hermosa palabra…! Un pueblo jamás se hace maduro ni prudente, siempre es niño» dice el Duque de Alba en el «Egmont» de Goethe. ¡Libertad bien entendida! dice Unamuno de coña. Y para hacerla entender, ¡palo y tentetieso! Otrosí: te haré libre a ostia limpia.

Eso hacen el PP y el PSOE, que no son partidos sino aparatos del Estado, la «casta» que dirían los penúltimos invitados –Podemos– al festín estatal del rico Epulón a ver qué migas caen. No hay más programa para esta «casta» que la razón de Estado, la Constitución taumatúrgica e hipnótica como camisa de fuerza, los estatutos sin viagra y la unidad de destino en lo universal. Estos son los embelesos de los «demócratas» ordeñadores de pueblos, de los que hacen del pueblo rebaño, grey. Y todo ello quintaesenciado por la inmarcesible ley del honor (español): «procure siempre acertarla/ el honrado y principal/ pero si la acierta mal,/ defenderla, y no enmendarla».