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Fútbol internacional

El fútbol que nos gusta

El Union Berlín, salvado gracias a la sangre de su afición, asciende a Bundesliga, y el «rojo» Vélez Mostar regresa a la Primera bosnia.


Cuentan que en Berlín hay más museos que días de lluvia. Son 180, como 180 kilómetros de canales navegables alberga, o 180 nacionalidades diferentes cohabitando, de ahí que a Adolf Hitler nunca le hiciera gracia una urbe tan cosmopolita en la que, se dice, se comen unas 60 toneladas diarias de kebabs, más que en ninguna otra del mundo. Su histórico Muro que dividió a la ciudad se construyó en una sola noche y prácticamente en mismo espacio de tiempo lo echaron abajo casi por completo. Esa barrera física y mental dejó al 1. FC Union Berlin en la zona Este, un club cuyos jugadores e hinchas apodados “Schlosserjungs” (‘los chicos cerrajeros’) siempre gozaron del apoyo de la clase obrera ligada al acero y eso generó que durante su participación en la Oberliga de la antigua RDA y dada su identificación con las clases trabajadoras, larvara una rivalidad mucho más allá del césped con el oficialista Dynamo, «el equipo de la Stasi». Y con cada derbi, cantaban «Wir wollen keine Stasi schweine», lo que traducido al castellano vendría a ser «No queremos a los cerdos de la Stasi», que ganaban cada amañado campeonato.

Esta jornada, el Unión Berlín, al grito de «Eisern Union» (¡Hierro Unión!) de sus 19.000 incondicionales en el singularísimo Stadion An der Alten Försterei, lograba el asalto a la Bundesliga por primera vez en su historia, dejando en la cuneta del play-off de ascenso-descenso a un histórico como el Stuttgart, que hara compañía al Hamburgo en la Segunda división alemana. Regresan también el Colonia y el modesto Paderborn.

El Unión Berlín, un club que nunca se ha vendido a petrodólares ni Berlusconis, es una gran familia con una afición que en 2004 salvó a la entidad de la crisis económica donando su sangre para recaudar fondos; o que cuatro años después puso mano sobre mano para entre 2.400 personas y 14.000 horas de trabajo invertidas, reconstruir un estadio que se les caía a cachos y era su casa desde 1920; que a partir de entonces pasó en parte a ser propiedad de los hinchas mediante la compra de bonos de 500 euros cada uno; seguidores que cada Navidad se reúnen a cantar villancicos en el césped del campo, a oscuras, solo con velas y la luz de los móviles; el club que renovó por dos años a un jugador al que le detectaron cáncer de estómago con 34... La ‘grada del bosque’, como conocen a una hinchada y un estadio al que se llega, apartado de la ciudad, atravesando un bosque.

Adiós del portero del pantalón

De la RDA, pasando por la cuarta división, hablamos de otro club único, como St.Pauli o Fortuna Dusseldorf, raras avis en un fútbol cada vez menos popular. El fichaje más caro de su historia le costó 1,6 millones. La próxima campaña se codeará no solo con lo más granado del balompié alemán, sino con su otro rival de la ciudad el Hertha de Berlín, que quedó en el lado Oeste del Muro y fue uno de los fundadores de la Bundesliga. Se verán las caras en el modesto feudo de los ‘metalúrgicos’, pero también en el imponente Olympiastadion berlinés para 75.000 espectadores y edificado por el III Reich para los JJOO de 1936.

Precisamente, en el Hertha militó un tiempo el húngaro Gábor Király, más conocido en el panorama futbolístico por ser ese guardameta que vestía calzón largo, y decimos vestía porque ha anunciado su adiós tras 882 partidos y 26 años de carrera, la que comenzó en 1993 en el Szombathelyi Haladás donde nació y se despide en el mismo, a donde regresó tras una trayectoria que le ha llevado por Hertha, 1860 Munich, Crystal Palace, West Ham, Aston Villa, Burnley y Fulham. «Soy un portero, no una top model», siempre dejó claro el bueno de Kiraly, el ‘arquero de los pijamas’. Cuelga los guantes a los 43 años, dejando solos en ese podium de veteranos bajo palos al mejicano Óscar Pérez, en el Pachuca a sus 46 ‘tacos’, y al islandés Gunnleifur Gunnleifsson, que defiende la meta del Breidablik, actualmente segundo en la liga de su país.

El Torpedo de Moscú ya sueña

Una Bundesliga en la que el Unión Berlín se verá las caras con el club que representa todo lo contrario a su filosofía y espíritu. Club que también está de celebración, diez años se cumplen esta semana desde que una empresa de bebida energética, Red Bull, comprara la plaza del Markranstädt, entidad amateur de quinta división a 13 kilómetros de Leipzig. Sus dueños se marcaron como objetivo alcanzar en una década la máxima categoría y, hoy, pasados esos 10 años, el RB Leipzig no solo es un gallito más en la Bundesliga sino que acaba de jugar, y perder, su primera final, la de Copa.

Días de ascensos, en muchos casos, de equipos con tantas escamas, muescas y tiritas tatuando su curtida piel, que solo por ellos merece la pena seguir soñando que otro fútbol es posible. Uno de ellos es el equipo desde el que Meho Kodro arribó a la Real Sociedad. Hablamos del Vélez Mostar, que regresa a la máxima división de Bosnia-Herzegovina tres años después de perder la categoría. Noche de pivo y rakija a orillas del río Neretva, sobre el, en 1993, bombardeado puente de Stari Most que los otomanos tejieron muchos siglos antes. La historia de un fútbol cuyo estadio quedó a un lado del puente, la zona croata, y el club al otro, en la musulmana. «La reconciliación pasa por volver al estadio de Bijeli Brijeg», dice Kodro. En su vuelta al olimpo, el Vélez, de izquierdas, se reencontrará con el Zrinjski, de ideología contraria, símbolo del nacionlismo croata, y rival al que las autoridades entregaron su campo tras la guerra.

Historias para no dormir. Como la de todo un clásico Torpedo de Moscú, el club propiedad desde 2017 de un empresario inmobiliario que tiene 23 hijos –19 de ellos adoptados–, se encuentra entre las 2.000 fortunas más adineradas del planeta, y que acaba de ascender al equipo a la Segunda división rusa. El club nacido al abrigo de la fábrica estatal de coches soviética, en una ciudad del extrarradio absorbida ya por la capital moscovita, y que juega en el mítico estadio Eduard Streltsov, el ‘Pelé blanco’ arrestado y purgado en la década de los cincuenta y cuya carrera la truncó un gulag. El Torpedo sueña ya con revivir en breve los derbis ante el CSKA, Spartak, Dinamo, Lokomotiv... Ese fútbol de topónimos, gentilicios y apodos, fútbol de la añeja Recopa europea con cabida para todas las historias, desde la del Buducnost Podgorica, segundo de la liga montenegrina y de un núcleo de 1.000 habitantes, al descendido Guingamp francés, con 7.000 almas detrás. Historias por seguir narrando. Y hasta ese día, como diría Luis Buñuel, «después de morirme me gustaría volver cada 10 años a tomarme café y leer los periódicos para saber cómo va el mundo». O el fútbol que nos gusta.