GARA Euskal Herriko egunkaria
AZKEN PUNTUA

Ayer escribí una carta...


Querida amiga, dos puntos, espero que al recibir esta te encuentres...». Así comenzaban las cartas. Era casi un protocolo con sus fórmulas y sus frases hechas. Después de los cumplidos se iniciaba el relato de las vivencias y los proyectos que una quería contar; de las contrariedades que nos agobiaban; de los sentimientos que nos intimidaban o de las decisiones que nos preocupaban. Al terminar, resultaba que, sin quererlo, habíamos escrito, en unas pocas hojas, la pequeña historia de nuestra vida. Dicen que hoy no se escriben cartas y que se reciben muy pocas. El ruido de las redes sociales lo acapara todo. La emoción y la curiosidad de abrir un sobre, mirar el nombre del remitente y leer impaciente unas cuartillas, es un acto demodé que solo puede suceder en la secuencia de alguna película de época. Y no siempre es así. En la cárcel, las cartas continúan siendo lo que siempre fueron y, eso, aunque parezca extraño, te ayuda a reconstruir la vida más allá de la torre de control. Ayer escribí a un amigo que cumple una larga condena por su pertenencia a ETA. Llené tres folios contándole algo de mi vida y de esta Euskal Herria que nos tiene en ascuas y él tanto ama. Luego, mientras pensaba en la columna, recordé los meses que, por decisión de Garzón, pasé en la cárcel. Allí, cada vez que recibía una carta, mi mundo interior se ponía a bailar.