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AZKEN PUNTUA

Cuando agosto se termina...


Antes, cuando agosto llegaba a su fin, sentía que el verano se terminaba. Atrás quedaban los días sin horarios y las noches con las horas justas para cerrar los ojos; las calurosas tardes de siesta y las mañanas de tranquilos desayunos; los reencuentros y, con ellos, las conversaciones llenas de recuerdos. Casi en un suspiro se iba el tiempo de escuchar música y los momentos, a solas, para la lectura tranquila o para escribir aquella novela que todos los años se perdía en el ajetreo del invierno. Con los primeros días de setiembre, regresaba la vida cotidiana y una se daba cuenta de que todo seguía igual, que nada se había ido para siempre y que, al llegar noviembre, el verano estaría muy lejos del otoño, construyendo, sin sobresaltos, un trozo de mi memoria vital. Sin embargo desde hace unos años, no sé si agosto acaba o empieza, si existe o si llegó alguna vez. Siento que el verano solo es un tiempo de zozobra que no permite respiro alguno. Un tiempo de tormentas políticas, de racistas incendiarios, de mandatarios que juegan a la guerra, de fuegos que queman el futuro del mundo, de mares que asesinan sin quererlo... Y es que este sistema tan canalla e insaciable, a la clase trabajadora, a la gente corriente, les ha robado todo, hasta el derecho a los cortos veranos de agosto que sosegaban la inquietud de lo que ocurrirá mañana.