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JOPUNTUA

Asesinos en serie


Coinciden en el tiempo dos caracterizaciones de ficción sobre Charles Manson. La primera, la que ha realizado Quentin Tarantino en “Érase una vez en Hollywood”, una –larguísima– película que puede leerse como relato acusador y redentor sobre el poder de ficción de las películas y que permite perversas lecturas morales y perturbadoras posibilidades autobiográficas. La segunda, la que ofrece la segunda temporada de “Mindhunter”, una serie que, en sus mejores momentos –y son muchos– carga cada una de sus secuencias de un capacidad de atracción subyugante y de una energía francamente poderosa.

En el relato de Tarantino, Manson es apenas un secundario mientras que “Mindhunter” se encarga de intentar deconstruir –con notable éxito, en mi opinión– el mito en torno a su persona. Ambas tienen su interés, no en vano Manson es una estrella del rock en el concurridísimo panteón de los asesinos en serie, esos inquietantes seres humanos por los que sentimos una fascinación igual de inquietante. Las historias de asesinos en serie nos provocan atracción y rechazo, nos repelen y nos muestran como repelentes en la medida en la que esas deformaciones de la conducta corresponden a miembros de nuestra especie. El deterioro del material humano nos retrata a todos o, como dijo el metafísico John Donne más poéticamente, ningún hombre es una isla, solo en sí mismo, todos formamos parte de un continente.

Pero fascinados o no, nos toca repensar y desmontar nuestra fascinación por los asesinos en serie. Tenemos que comprender, como decían en la serie británica “The Fall” –la aproximación más abiertamente feminista que he visto jamás al mito del asesino en serie– que estos hombres que tanto nos fascinan son, principalmente, hombres que matan mujeres. Nada hay de fascinante en eso, no son más que un ejemplo extremo de una violencia que emerge de la arraigada, de la normalizada, de la omnipresente misoginia de nuestra sociedad. Lo que hacen –odiar a las mujeres– no es tan raro. En este mundo lo verdaderamente excepcional es quererlas.