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Entrevue
JAVIER MESTRE
NOVELISTA Y ACTIVISTA

«Hoy, el principal enemigo de la profesión periodística es la precariedad»

Las periodistas Luz y Luna protagonizan «Fábricas de cuentos», tercera novela de Javier Mestre. Profesor de secundaria, abandonó desilusionado el periodismo profesional. Una experiencia que le sirve para su ejercicio de ficción realista y social sobre las premisas materiales de la libertad de expresión y la vida laboral del medio. Un retrato de la precariedad en el mundo informativo.


Debutó como novelista en 2011 con “Komatsu PC-340” (Caballo de Troya), historia de amor y lucha con las obras de soterramiento de la M-30 madrileña de fondo. En 2014 apareció “Made in Spain” (misma editorial), con un curioso personaje que hereda la fábrica de zapatos familiar. Doctor en Lingüística y profesor de instituto, Javier Mestre Marcotegui (Madrid, 1967) ha presentado en Euskal Herria su reciente “Fábricas de cuentos” (La Oveja Roja), un buceo en la precariedad del periodismo.

¿Sus libros pertenecen al realismo social o crítico? Las denomina novelas de tesis y cita «Doña Perfecta», de Pérez Galdós, como referencia.

Son novelas realistas, con un trabajo previo de campo sobre la realidad que intentan mostrar y porque los personajes nos recuerdan a personas de carne y hueso. A veces son trasuntos de gente que ha contado historias que sucedieron. Y son novelas que huyen del espejismo de mostrar sin explicar. No hay literatura “neutra”, aspirar a algo así en los tiempos que corren da repelús. Construyo una trama que sirva para sostener una novela viva y para apuntar posibles explicaciones sobre lo que nos está pasando. Es lo que caracteriza a las novelas de tesis, como “Doña Perfecta” o “Miau”, de Galdós.

¿Escribe a contracorriente? El mundo editorial no parece demandar novelas de ese género.

Nada más lejos de mi intención. Escribo con técnica de literatura comercial; textos asequibles y me atrevo a decir que entretenidos. Recibo comentarios de gente a la que le ha enganchado y conmovido. Pero al mercado editorial no le interesan novelas críticas que hablan de lo que está pasando.

¿El peso de lo periodístico no merma la independencia estilística como libro de ficción?

No sé bien qué quiere decir “independencia estilística”. Mis novelas, y en particular “Fábricas de cuentos”, son efectivamente novelas, no reportajes. Ficción conducida por personajes con mucho carácter. Construir una trama para hacer un recorrido por el periodismo de hoy no cierra sino que abre el campo a la literatura. La realidad estructural de los medios está llena de humanidad que sobrevive en los resquicios. Para aproximarse a ella, la ficción es insuperable. Una estadística, un reportaje, la pura información cada vez conmueven menos. Nos abruma el volumen de información. La literatura que puede llegar a la fibra sensible es hoy más útil que nunca para pararse a entender algo y prepararse para hacer algo.

Dedica la novela a «los periodistas que aman su profesión y la ejercen contra viento y marea». ¿Quedan muchos o son especie en extinción?

El periodismo es un mercado y está viciado de unas dinámicas que adulteran la que debe ser su función social en democracia. “Fábricas de cuentos” quiere contribuir a mostrarlas desde su carácter estructural, más allá de la buena o mala voluntad de las personas. Hoy, el primer enemigo de la profesión periodística es la precariedad, cada día mayor.

Una tesis central del libro es que las fuerzas más conservadoras se han apropiado del concepto de libertad. ¿Las palabras se han ido convirtiendo en mercancía?

Lo que sostiene el libro no es que no haya libertad de expresión sino que no es un derecho de todos, como establece la Constitución, y depende de factores materiales que lo limitan severamente. Los liberales hablan de libertad y la reducen a evitar el poder del Estado. En democracia, los poderes que nos esclavizan son privados. Los paladines del liberalismo dedican cuerpo y alma a destruir las condiciones materiales que pueden garantizar la libertad de todos. Dicen libertad y nos traen precariedad y sumisión.

Esa es una clave de la novela: no se puede desvincular la libertad en general, y la de opinión en particular, de las condiciones de vida y trabajo.

Exacto. Tal como está el patio, si depende de ti dar de comer a tu familia y trabajas en un medio de comunicación, conviene autocensurarte y no morder la mano que te da de comer. Es un ejemplo evidente de poderes privados que anulan la libertad. Puedes decir que no a lo que se espera de ti, pero las consecuencias son paro y pobreza. No hay como ser propietario o funcionario para opinar libremente.

Se centra también su obra en la precariedad. Tras los grandes profesionales, que pueden seducir a estudiantes de esa disciplina, ¿el periodismo está particularmente degradado en lo laboral?

Tenía nociones de mi experiencia como periodista en los noventa, pero cuando hicimos el trabajo de campo para el libro vimos que la realidad era peor de lo imaginado: becarios, falsos autónomos, free lancers... Sobre todo entre los periodistas a la pieza, que se deben dar de alta como autónomos y solo cobran si colocan sus productos. Las tarifas son irrisorias en la inmensa mayoría de medios y el trato que reciben, ¡madre mía! Ganan poco trabajando hasta agotarse y viven en la inseguridad absoluta.

Subrayaba Julio Anguita que a un asalariado no se le exige que, además de hacer bien su trabajo, comulgue con la ideología e intereses políticos de su jefe, excepto a los periodistas.

Luz, una de las protagonistas de “Fábricas”, recuerda los astilleros de Cádiz y la posición de Kichi, alcalde de Unidas Podemos, apoyando a los currantes en su necesidad de aceptar pedidos militares de la dictadura saudí, que mata a la gente en Yemen. Se pone en la misma posición: no tengo la culpa de no tener otra alternativa para ganarme pasablemente la vida.

¿El periodismo es «nuestra querida y cotidiana fábrica de cuentos»?

Las fábricas de cuentos van más allá del periodismo. En la novela se incluye el telemarketing, otro sector que se las trae en lo que produce y en las condiciones de trabajo. Se ha industrializado la producción de todo tipo de relatos; han convertido en bien de consumo algo imprescindible para la vida humana. El carácter de mercancía de los cuentos ha producido efectos antropológicos tremendos: difuminación de los límites de verdad y mentira, intromisión de lo privado en el espacio que debería ser genuinamente público, banalización sin límite... La novela habla de las consecuencias que eso tiene en la vida real de la gente.

Abandonó, desilusionado, el periodismo profesional. Por ejemplo, cuando un director le sugirió elegir entre ser periodista o activista. Luz y Luna viven esa contradicción, aunque en orden inverso. ¿Se puede ser ambas cosas sin morir en el intento?

Depende de en qué medio trabajes y de qué seas activista. Pero suele haber una contradicción entre el activismo entendido como ser una persona comprometida con cambiar las cosas a mejor y la necesidad de ganarse la vida. Acabas haciendo periodismo militante: trabajar gratis porque el medio no te puede pagar. Las cosas son diferentes en medios respaldados por el poder económico. La novela cuenta bastante de eso.

 

«Opinar es un lujo que no me puedo permitir», dice Luz. ¿Alguien con criterio independiente puede pasar el control previo a su admisión, la autocensura y el adiestramiento ideológico durante años de interinidad y ser admitido sin haberse desprendido ya de su independencia?

Los periodistas suelen saber bien qué se espera de ellos si quieren conservar su empleo en un medio de tal o cual ideología. El lujo de opinar te lo puedes permitir si, por ejemplo, te respalda tu familia, con buena posición económica. Otra cosa es cuando tienes que elegir entre guardarte tu punto de vista (o la deontología más elemental) y la intemperie.

¿El engranaje jerárquico, la fidelidad a la línea oficial («no te pagamos por pensar»), te autoconvence de que lo haces bien o te convierte en un cínico?

El cinismo es una salida fácil cuando las renuncias son de carácter moral.

¿Las redes ayudan al periodismo más independiente?

Permiten que se hagan públicos contenidos que en otro tiempo no habrían tenido posibilidad a causa del oligopolio mediático. Pero son también una esclavitud para muchos periodistas y un mecanismo por el que los medios acaban no pagando. Contribuyen a precarizar la profesión aún más si cabe.

Pasó del PCE a Unidas Podemos. Ambos tienen hoy ministros. ¿Han ganado los suyos?

No entiendo a la gente que hace triunfalismo. Tenemos una tregua frente al avance de la extrema derecha, pero no soy optimista respecto a que se puedan cambiar realmente las cosas. Si no existe una potente movilización social por detrás, las posibilidades de oposición real a los grandes poderes de facto son bastante pequeñas. Al PSOE le tiembla mucho el pulso para tocar las cosquillas de los privilegiados. Y es urgente hacerlo.