28 FéV. 2020 TEMPLOS CINÉFILOS Pausa, calma…respiro Victor ESQUIROL No nos vamos a engañar: la jornada de ayer nos dejó destrozados. Jadeando y pidiendo la clemencia de, al menos, un tiempo muerto. Se nota el cansancio acumulado, como en cualquier otro gran festival, pero es que si además las películas siguen empeñadas en machacarnos (tanto en el buen como en el mal sentido), entonces es normal que nuestro cuerpo nos empuje a salir de la vorágine esta que es la Berlinale. El habitual concierto de toses y estornudos que se da en los patios de butacas durante la segunda semana de celebración de cada uno de estos certámenes, ha adquirido además, cortesía del «coronavirus», un tono funesto que no hace más que añadir estrés (más si cabe) a esta aventura berlinesa. Parecía que esto ya era el fin, que no quedaba esperanza… hasta que el equipo de Carlo Chatrian se sacó otro as de la manga. La Competición por el Oso de Oro siguió rindiendo a un altísimo nivel de la mano del maestro Tsai Ming-liang, quien decidió ir en contra del ambiente que se respiraba, y nos invitó a reconciliarnos con la pausa y la calma, pilares fundamentales de su cine. La proyección de “Days”, su último trabajo, empezó con el aviso, por parte del propio director, de que la película que íbamos a ver a continuación estaría intencionadamente no-subtitulada. Y en efecto, en las dos horas que siguieron, los dos hombres a los que seguía la cámara apenas intercambiaron cuatro palabras, y cuando por fin llegó el momento de hacerlo, no importó demasiado, porque quedó todo claro a través de su lenguaje corporal, de sus miradas, y sobre todo, del tiempo que se tomaban en ejecutar cada una de sus acciones. Por un –prolongado– momento, el reloj se detuvo, y los ritmos frenéticos imperantes fuera de la sala de cine, se antojaron como un recuerdo muy lejano de una vida a la que, por suerte, habíamos dejado atrás. “Days” pudo leerse en clave de historia de amor minimalista y, por supuesto, bellísima. Pero antes que esto, brilló por su contagiosa apreciación de unos tempos de naturaleza sanadora. A cámara lenta (así daba la sensación de desarrollarse la «acción»), los estímulos del mundo dejaron de ser hostiles y nos acariciaron con ternura; pasaron a sedimentar en nuestra existencia de forma muy suave. Fue como un precioso sueño del que no quisimos despertar. Pero tocó hacerlo, porque fuera de la Sección Oficial, aguardaba “Welcome to Chechnya”, documental dirigido por David France, recientemente premiado en el Festival de Sundance. De lo que se trataba ahora era de reencontrarse con el presente más terrible. El corazón volvió a latir a velocidades insanas y la sangre hirvió. Como advirtió el título, desembarcamos en la República de Chechenia, donde desde hará unos años se está llevando a cabo, por parte de su gobierno, una «purga» de la comunidad LGTBI. Se acabaron la pausa y la calma. Ahora tocó vivir en una clandestinidad terrible y moverse con los nervios de los thrillers de espías más tensos. Así tuvo que operar el equipo del film. Para denunciar, pero también para seguir con vida… para poder respirar.