19 MAR. 2020 GAURKOA Se acabó la espera Joxemari Olarra Agiriano Miembro de la izquierda abertzale Creo que ha llegado el momento de asumir que la izquierda abertzale con el PNV ha «topado». Dicho de un modo rotundo, mi conclusión es que el partido de Sabino Arana no es hoy una buen compañero de viaje si nuestra pretensión es crear las condiciones objetivas y subjetivas para que la sociedad vasca nos lleve a la independencia y al logro de una República de Euskal Herria. Hora es ya de pensar que al PNV si bien no le hacemos falta, debemos ser conscientes que, asimismo, él tampoco nos hace falta y, lo que es más importante, no hace falta a una Euskal Herria que piense en su destino. Hoy en día no se sostiene el conocido mantra en el que algunos creyeron que «sin el PNV no podemos crear una Euskal Herria libre». Se repite hoy hasta el mareo la vieja historia de las «dos almas del PNV» que siempre nos lleva a la equivocación histórica de pensar que el PNV es una formación con la que se debe contar para alcanzar la República de Euskal Herria. La eterna dicotomía de las almas peneuvistas (Comunión vs Aberri), sino falsa es una de las leyendas que nos llevan a creer en el abertzalismo potencial del PNV. Siempre y desde siempre, si se repasa la historia, «Comunión» ha sido eje y motor del peneuvismo. Siempre, y de siempre, Comunión, desde Kizkitza, Eleizalde y otros históricos dirigentes, hasta Ardanza, Imaz, Ortuzar y Urkullu en la actualidad, han llevado las riendas del poder jelkide hasta convertir a su partido en una formación de insano regionalismo y en sano intermediario del poder de Madrid, al modo del indirect-rule del colonialismo inglés. Está claro que la estrategia del PNV pasa por ser cada vez menos nacionalista vasco, actuar más en onda regionalista y, sobre todo, en repantingarse más en la legalidad de la Constitución española. Es decir, tal y como vaticinó Marcos Vizcaya, «mantenerse cómodo en España». El PNV ha comprobado que esto de aceptar la legalidad de la Monarquía española le da buenos dividendos, así que los jelkides apuestan hoy y apostarán mañana, siempre, por el autonomismo con versión variable del estatutismo. No sin dolor, estimo que si esperamos a la «reconversión» o la vuelta a sus orígenes de los seguidores de Ortuzar, y, para con ellos enhebrarnos en franca camaradería, podemos ir camino al abismo de la historia, a hundirnos como nación, y como futura República vasca. Tristemente, de aquel partido de bífida alma que fundara Arana, solo queda un partido apoltronado con una estrategia que sólo reporta poder regional para sus dirigentes, que han ajustado su ideología pusilánime a la legalidad española que es la que les ofrece tranquilidad, poder local y margen para jugar con la identidad por un lado y el sostenimiento del capitalismo rampante, al que adoran y abrazan. Desde el punto de vista político, Ortuzar y los suyos, sin arriesgar nada de su ideología difuminada en la nebulosa de la historia, han decidido apostar por la tan traída «transversalidad» y pescar al votante del Partido Popular y algún que otro despistado hispano. Tampoco debemos olvidar la gran oportunidad añadida que, gracias a la aceptación de la Constitución española, otrora repudiada formalmente mediante la abstención en aquel referéndum, le brinda hoy al PNV la oportunidad de maridar con un gobierno del PSOE, lo que les ofrece la posibilidad envidiable de ser el «gran gestor» y administrador único del supuesto patrimonio del Reino de España en Euskadi. Es este emparejamiento el que constituye un púlpito perfecto para peneuvistas y psocialistas desde el que anestesiar a la sociedad vasca a base de vender gestión e imagen de binomio insustituible. Es desde este punto de vista que el PNV muestra su incomodidad al comprobar que EH Bildu se ha erigido con voz propia en el hemiciclo español, y el diputado Esteban patalea como un chiquillo cuando la izquierda abertzale le enmienda la plana. Es EH Bildu, curiosamente, quien no permite al PNV «estar cómodo en España». No es descabellado pensar que el partido autoproclamado como nacionalista vasco ha devenido en una formación plegada a la monarquía española, pues es ya para su propio funcionamiento parte corporal de su actual estrategia, aquella que le convierte en un muro de contención del independentismo vasco y en paradigma de un nacionalismo virtual y, por ende irreal, en franca confrontación con el nacionalismo catalán, ejemplo cercano, al que expresan una comprensión seráfica, sin poder ocultar su rechazo. Es tiempo de dar carpetazo a esa eterna espera instalada en Euskal Herria hasta que el PNV vuelva al redil abertzale. Tiempo de asumir que de aquel PNV de «dos almas» queda un partido apoltronado con un solo espíritu vendido al marco del Estado español. No se trata ya de que el PNV mienta a sus militantes (que también), sino que desde hace ya un tiempo no engaña a nadie y se nutre de los votantes que saben perfectamente que el PNV no es un partido «peligroso» para España. Todos saben que es formación que usa como banderola circunstancial (el espíritu de Salburua) un independentismo del que ya se ha despojado. Siempre quedará invitado y citado, pero debemos dejar de mirar al PNV y de seguir aguardando su presencia en un frente común. Que venga cuando quiera. Es en nosotros donde debemos confiar, somos nosotros quienes debemos asumir nuestra fuerza y apostar con todas las que seamos capaces de aglutinar en un frente amplio, por un soberanismo sin complejos. Debemos empeñarnos en reactivar las calles, un tanto descuidadas, pues no debemos olvidar que es en ellas donde se toma el impulso de las conquistas y son espejo de lo que se debe trasladar a las instituciones. Es preciso reactivarlas, moverse, organizarse, desperezarse del amodorramiento que nos invade los últimos años. Retomar la conciencia nacional y de clase que siempre han constituido el motor vital de nuestro pueblo. Está bien, y ahí se demuestra que es el viento de la calle el que empuja la historia, que nuestra gente luche por el feminismo, por romper el patriarcado en la sociedad. Ni qué decir tiene, ahora que hemos conocido de primera mano la salvajada de Zaldibar, que debemos estar vigilantes para que nuestro aire y nuestro entorno no se degrade hasta ponernos a nosotros en peligro y, lo que es peor, dejemos una herencia letal a nuestros descendientes. No es desdeñable la gran movilización, ejemplar, en favor de una jubilación digna. La sociedad vasca, generosa y con brío a la hora de defender objetivos, sigue dando sin miedo los pasos que siempre dio antaño a la hora de velar por su caminar en la historia, pero creo que no debe olvidar luchar por conquistar la madre de todas las reivindicaciones: su soberanía nacional.