19 MAI 2020 OBITUARIO El discreto encanto de un actor que dominó la provocación cabal Mikel INSAUSTI Al repasar la filmografía de Michel Piccoli uno se siente abrumado por la cantidad y la calidad de las películas en las que intervino a lo largo de siete décadas de actividad profesional. También hizo teatro y televisión, así que resulta imposible calcular el número de carteleras en las que figuró su nombre, pero deben de ser más de doscientas. Para la generación de los cine-clubs Piccoli ha sido un rostro y una voz cargadas de simbolismo, relacionado siempre con una serie de autores fundamentales en la evolución de este arte durante el pasado siglo. Especialmente con Luis Buñuel, Marco Ferreri y Claude Sautet. Cierto que todos le querían, y que también ha sido dirigido por Jean Renoir, Jean-Luc Godard, Jean-Pierre Melville, Costa-Gavras, Henri-Georges Clouzot, Alfred Hitchcock, Claude Chabrol, Agnès Varda, Jacques Demy, Claude Lelouch, Louis Malle, Bertrand Tavernier, Manoel De Oliveira, Theodoros Angelopoulos, Alain Resnais, Otar Iosseliani, Luis García Berlanga, Jiri Weiss, Nanni Moretti, Marco Bellocchio, Leos Carax y un sinfín más. Tampoco es cuestión de entrar a juzgar con cuál pudo rendir de verdad, sino que con quien llegó a tener una mayor afinidad fue con Buñuel, Ferreri y Sautet. Sabido es que Buñuel no se tomaba en serio a los actores, y es que Piccoli fue ante todo un amigo, porque conectaba con el genio aragonés a la hora de tomarse la interpretación como un juego. El actor encajaba como un provocador cabal, como alguien contrario a la ideología burguesa y dispuesto a burlarse de ella. Con Ferreri pasaba algo parecido, porque el nexo común era Rafael Azcona y su alergia a la gente rica. Los tres talentos cristalizaron en “La grande bouffe” (1973), película que si se hace extensible a la gastronomía actual de las estrellas Michelin se convierte en una guillotina del sibaritismo y la autocomplacencia estomagantes. Los personajes que Piccoli hacía para Sautet nadie más los podía hacer, porque eran muy difíciles, lo que nos lleva a pensar que estamos ante el equivalente masculino a la actriz Isabelle Huppert. No me imagino a ningún otro protagonizando una historia tan anarquizante como “Themroc” (1973), película sobre un cavernícola urbano dirigida por Claude Faraldo. A la vista está que no eran papeles premiables, al menos dentro de la lógica bienpensante de los premios oficiales. Y de ahí que Michel Piccoli nunca tuviera las recompensas a las que se hizo merecedor. Él lo asumía con deportividad e ironía, ya que el mayor galardón recibido en tantos años de trabajo fue el premio de Mejor Actor en Cannes por “Salto nel vuoto” (1980), y se reía de que en esa película de Marco Bellocchio ni siquiera era su voz la que se oía, pues fue doblado al italiano. Con doblaje o sin doblaje de por medio en Italia le respetaban mucho, y por eso Nanni Moretti pensó en él para hacer de sumo pontífice romano en “Habemus Papam” (2011). Fue la mejor de sus últimas caracterizaciones, gracias a que se vio envuelto por un ambiente surrealista a la altura de sus mayores logros junto a Buñuel. La cinefilia adoraba a Michel Piccoli, que estuvo ausente de los reconocimientos oficiales debido a su talante provocador, a pesar de ser una personalidad clave para el género de autor, especialmente dentro de la obra de Luis Buñuel, Marco Ferreri y Claude Sautet.