01 AOûT 2020 GAURKOA Gisèle Iñaki Egaña Historiador Nos ha dejado a los 93 años, criterio biológico inapelable, Gisèle Halimi, amiga y defensora de la causa vasca en la época en los que gritar «Gora Euskadi Askatuta» era castigado con dos años de cárcel. En la época en la que las feministas eran tildadas de «zorras» (no han cambiado mucho los tiempos), en las fechas en que dieciséis jóvenes vascos se enfrentaban a la casta militar hispana en el llamado Proceso de Burgos. Han pasado cincuenta años de aquellos sucesos y aunque parece una eternidad, medio siglo para cargar el vértigo, aún se percibe que fue ayer. En especial para algunos de los protagonistas de aquella hazaña histórica, la victoria popular que evitó las ejecuciones firmadas antes de iniciarse el Proceso y que convirtió a Euskal Herria en el centro político de nuestra particular Vía Láctea. Txutxo Abrisketa, uno de los juzgados, entonces con 21 años e indultado en 1977, aún se encuentra hoy en el exilio, a miles de kilómetros de su patria chica, Ugao (Bizkaia), la misma que la de Josu Urrutikoetxea. La intervención y personalidad de Gisèle Halimi fue, precisamente, una de las razones de esa universalización de la causa vasca, conocida hasta entonces en exclusiva por el bombardeo de Gernika y la réplica pictórica de Picasso. Halimi pertenecía a un selecto grupo de intelectuales franceses (aunque ella había nacido en Túnez, de madre sefardí y padre bereber) entre los que se encontraban Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir que ya se habían manifestado a favor de la independencia de Argelia y, en general, de los procesos de liberación que se desperdigaban por el planeta. En la década de 1970 su nombre estuvo aliado asimismo a una gran campaña a favor de la legalización del aborto, en Francia. También fue presidenta de la comisión de investigación del Tribunal Russell sobre los crímenes de guerra estadounidenses en Vietnam. En los ochenta, se acercó al nuevo presidente Mitterrand, con quien compartió escenarios de cambio. Fue diputada en la Asamblea francesa, a la que reprochó por ser un «bastión misógino». Pronto se sintió desilusionada con Mitterrand a quien criticó en público. Fue designada embajadora de Francia en Unesco. Su hijo, Serge Halimi, dirige desde 2008 "Le Monde Diplomatique". El Proceso de Burgos fue un pulso ganador, trampeado y mediatizado por el Estado franquista, para acabar con la oposición de un grupo de jóvenes que habían tenido la osadía de llamarse separatistas, de dinamitar símbolos fascistas y, sobre todo, de acabar con la vida de uno de sus más sólidos exponentes, el comisario Melitón Manzanas. La primera apuesta, la ejecución de seis de los imputados, tuvo una marcha atrás. Hubo muchas razones para explicar la derrota del Estado. Entre ellas estuvo la aparición en escena de Gisèle. A veces parece que el movimiento es inútil. Que las percepciones subjetivas son eso, únicamente subjetivas sin posibilidad de convertirse en condiciones objetivas. No comparto sin embargo esa opinión. Un terreno sin semillas jamás engendrará vida. Por ello sembrar es siempre una opción revolucionaria. Aunque los objetivos parezcan lejanos. La única lucha que se pierde es la que se abandona, sentencia un proverbio no por manido menos real. Y en esa preparación del Juicio de Burgos, en esa siembra, uno de los abogados, Miguel Castells, que entonces estaba abonado a “Le Monde”, propuso invitar como observadores a cuatro abogados que habitualmente colaboraban con el diario parisino en cuestiones de derechos humanos. Dos de ellos contestaron a la invitación. De los dos, una, Gisèle, se echó la maleta al hombro y aterrizó en la vivienda de Castells, dispuesta a servir de altavoz en Europa de la causa vasca. El abogado vasco había seguido la defensa de Halimi de una militante argelina del FLN, Djamilia Boupacha, torturada y violada en comisaría por militares franceses. Gisèle asistió a las sesiones en calidad de delegada de la Federación Francesa de la Liga de Derechos Humanos. Su actividad le valdría ser criminalizada por el Gobierno franquista y, por extensión, de los medios de propaganda que lo sostenían. Antes de que la sentencia a los condenados se hiciera firme, Halimi fue detenida y expulsada del Estado español. Fue precisamente aquella estructura y organización surgida en defensa de Djamilia Boupacha, que había sido condenada a muerte, la que sirvió a Halimi para tejer complicidades en el Estado francés a favor de los imputados en el Juicio de Burgos. Connivencias que le sirvieron para que, un año después de concluido el proceso, y en el libro que la editorial Gallimard le iba a publicar sobre los acontecimientos que había vivido en diciembre de 1970, recibiera el respaldo de Jean-Paul Sartre, con una introducción que quebraría a la oposición a Franco. El texto de Sartre, que había rechazado el Nobel de Literatura en 1964 y pasaba por ser un comunista más ortodoxo que heterodoxo, rompía con el molde clásico de la izquierda europea, al proponer el derecho de los vascos, al igual que catalanes, bretones, gallegos u occitanos a su independencia. Su crítica a los partidos comunistas la extendía al «burgués» PNV: «La insuficiencia de estas dos respuestas (la del PC y la del PNV) demuestra que en el caso de Euskadi la independencia y el socialismo son las dos caras de una misma moneda. Así, la lucha por la independencia y la lucha por el socialismo solo deben ser una». El texto de Jean-Paul Sartre era calcado a las resoluciones de la V Asamblea de ETA. No fueron únicamente Halimi, Beauvoir, Sartre o Louis Aragon quienes apoyaron a los militantes de ETA en Burgos. La lista es extensa y, acostumbrados a la manipulación histórica, puede sorprender: Olof Palme (primer ministro de Suecia), Mikis Theodorakis, Irene Papas, Rafael Alberti, Melina Mercouri, Nikos Poulantzas y René Cassin, que representó a seis Premios Nobel. Cuando vayan a Barcelona a visitar el Museo Picasso recuerden que el pintor se negó a asistir a la inauguración de la muestra que llevaba su nombre como protesta al juicio. Gisèle se echó la maleta al hombro y aterrizó en la vivienda de Castells, dispuesta a servir de altavoz en Europa de la causa vasca