05 AOûT 2020 QUINCENA MUSICAL Una noche de virtuosismo vocal Mikel CHAMIZO La Capilla Santa María regresó el lunes a la Quincena Musical en una formación reducida –el contratenor Carlos Mena, la soprano Jone Martínez y el clavecinista Carlos García-Bernal– pero con un programa muy ambicioso, formado por más de hora y media de cantatas, arias y dúos del Barroco italiano de gran exigencia para los cantantes tanto en el plano técnico como sicológico. Bajo el título “Catene d’Amore” (Cadenas de amor), reunió piezas de Scarlatti, Durante, Steffani, Bonocini y Händel, que se caracterizan por su intenso dramatismo, ya que parten de poesías sobre el amor y el sufrimiento que este causa en los amantes, textos en los que los sentimientos están a flor de piel y cuyas imágenes poéticas tienden a menudo a los extremos. Una música, por tanto, muy difícil de interpretar, porque el cantante debe poder transmitir, en apenas diez minutos que dura la cantata, toda la pasión, dolor o desesperación del personaje protagonista. Fue aquí donde se notó cierta diferencia de experiencia entre Carlos Mena, que lleva toda una vida trabajando este repertorio, y una de sus alumnas aventajadas, Jone Martínez. En cada intervención del primero había nervio, intención y una voluntad de darlo todo en cada frase del texto, matizándolo en toda su complejidad emocional; las de Martínez, sin embargo, pecaron de cautas, de centrarse más en la corrección estilística y la perfección técnica que en la convicción dramática. Cuando cantaban por separado esto no supuso un gran problema, pero en los dúos de Durante y Steffani, sencillos en lo vocal pero de una tremenda intensidad expresiva, la atención del oyente se iba constantemente a Mena en detrimento de Martínez, por lo que el resultado se percibía algo desequilibrado. La cosa mejoró mucho con los dúos de Bonocini y Händel, que se apoyan más en el virtuosismo vocal y se pueden abordar desde una musicalidad más instrumental, menos sujeta al texto. Aquí Martínez brilló con una gran facilidad para la coloratura, que dio pie a pasajes espectaculares en los que ambos cantantes parecían dos mirlos compitiendo, y que logró hacernos imaginar el contexto original de estas piezas, el Londres de mediados del siglo XVIII, con ambos autores escribiendo música para algunos de los cantantes más fabulosos de la historia. Carlos García-Bernalt arropó con discreción y seguridad a los cantantes, cediéndoles el protagonismo.