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El silencio de los corderos


Debido fundamentalmente al continuo bombardeo de datos contradictorios, incompletos y sesgados a los que estamos siendo sometidos, se podría afirmar que se está lanzando a la sociedad a una pelea de bandos. Dos bandos diferenciados entre los que discrepamos de las cada vez más irracionales medidas restrictivas, frente a los que comulgan ciegamente con estas.

Y habría mucho que debatir (si se permitiera, claro) en cuanto a la eficacia de estas medidas, sobre el uso en todo momento de las mascarillas, sobre la criminalización de los jóvenes, sobre la imparcialidad de las restricciones y cierres de negocios. El más candente ahora, lo de llevar mascarillas en todo momento y lugar. Parece que lo importante es llevar algo; si es de diseño mejor; si es inservible da igual; si estas solo en la punta del monte Hernio, llévalo igualmente; si demuestran que está afectando a nuestra microbiótica, y consecuentemente a nuestra salud, te jodes; la cuestión es llevar esta prenda que nos perpetúe el estado de pánico.

Este estado de ansiedad constante al que nos han sometido hace que todo aquel que ponga en duda las medidas impuestas sea acusado de falta de solidaridad y de poner en riesgo la salud de los demás. Lo hacen, además, desprestigiando y mezclando a todo discrepante en un batiburrillo de negacionistas, terraplanistas, ultraderechistas, pseudotitulados o aquellos que esperan ansiosos la llegada de la nave nodriza que los lleve a Ganimedes. Curiosamente, la gran mayoría de estos ataques son argumentos ad hominen, donde no rebaten con datos ni argumentos, sino que van a atacar a la persona que lanza el mensaje. Y no, no es justo. No negamos que ha habido un inusual incremento de mortalidad en los meses de primavera, cómo negarlo, sería absurdo, pero, permítasenos poner en duda los cada vez más alarmistas mensajes que se han seguido lanzando, aun cuando todos los parámetros se han estabilizado. La gente está aterrorizada, y entendemos su enfado con las voces discrepantes, pero entiendan también el nuestro, ya que el silencio sumiso de la gran mayoría puede estar poniendo en riesgo el bienestar económico, social y mental de nuestras hijas y nietas, de las futuras generaciones.

Pero con este tipo de disputas seguiremos en el fango, seguiremos enzarzados en trifulcas de acera, conflictos de vecinos y peloteras de cuñados. Y, por qué no alzar la vista y ampliar el enfoque. Podríamos preguntarnos qué es lo que lleva a unos mandatarios a arrastrar a la miseria económica a una gran parte de la población; a sumir a sus ciudadanos en un estado de ansiedad, obsesión y depresión; a coartar todo tipo de derechos y libertades, con el «único» propósito  de protegernos de un virus cuyo índice de letalidad es preocupantemente superior a las gripes estacionales, eso es cierto, pero que afecta a un sector concreto de la población, minoritario, y la gran mayoría, con patologías previas. Podríamos preguntarnos por qué no se invierte una pequeña parte de toda esa riqueza que se nos está escapando por el sumidero de la ineptitud, en proteger de verdad a estos colectivos de riesgo y a sus cuidadoras, en humanizar los protocolos de las residencias, en mejorar la atención primaria. Urge diseñar estrategias que no repercutan tan nefastamente en el resto de la población, en lugar de imponer las mismas medidas a todas y a todos, sin excepción ni distinción. 

Todo es incongruente, irracional, y es este ocultismo, esta falta de transparencia y claridad en los datos que nos inoculan a todas horas, lo que nos hace dudar. ¿Por qué mezclan continuamente en las cifras que nos muestran a asintomáticos y enfermos? ¿Por qué cambian según convenga las comparativas de los gráficos y nos bombardean ahora con cifras de «contagiados» de toda índole, para justificar tsunamis inexistentes? ¿Qué ocurrirá en invierno, cuando por causa de la gripe estacional, se mueran miles de personas, como todos los años... los computarán por separado o irán todos al corona-gráfico del Teleberri? ¿Por qué nos quieren aterrorizar, cuando saben que esta ansiedad no hace más que debilitar nuestras defensas? 

¿Por qué no celebrar que el porcentaje de ingresados y fallecidos es mínimo frente a los cada vez más asintomáticos? ¿Por qué no enfocarlo desde el punto de vista positivo en lugar de hacerlo desde el catastrofista?

¿Ningún dirigente o medio de comunicación, empieza a plantearse que las consecuencias de estas desproporcionadas medidas son muchísimo más nocivas, en todos los aspectos, que convivir de la manera más sensata posible con este virus, como se ha hecho durante miles de años? ¿No nos damos cuenta que escondernos atenazados en nuestra burbuja virtual solo conseguirá debilitarnos y hacernos más vulnerables? ¿Cuántos millones de niños sufrirán las consecuencias de las medidas impuestas a modo de desnutrición severa, falta de escolarización, problemas mentales, aumento de muertes por el recorte en medicamentos para la malaria o tuberculosis? ¿Cuántos millones de familias arrastrarán las consecuencias de esta recesión económica tan brutal?

¿Cuál es la razón de este sinsentido? No puede ser que se haya destruido la economía y el equilibrio mental de la mayoría de las personas del planeta, únicamente porque sus mandatarios hayan pecado de exceso de proteccionismo, sin darse cuenta de lo que estaban cargando al otro lado de la balanza. Tampoco parece creíble que todo esto se deba al ánimo de lucro de cuatro grupos farmacéuticos, propietarios de patentes de milagrosas vacunas, y a cambio, los diferentes gobiernos se hayan resignado a aceptar la ruina económica de sus ciudadanos. ¿Será más bien, o al menos está siendo un clarísimo efecto colateral, que se ha puesto en marcha toda la maquinaría para imponer un absoluto control personal y social de la población, y mantenernos en un perpetuo estado de miedo y dependencia? ¿Qué otras opciones quedan? ¿Y si encendemos la luz y equilibramos esta balanza?