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RETROSPECTIVA DE JUAN LUIS GOENAGA

Mil matices y un mismo origen: viaje al universo Goenaga

La sala Kubo Kutxa de Donostia reabre sus puertas a lo grande, con una retrospectiva de Juan Luis Goenaga. 128 obras que condensan 50 años de un camino lleno de matices.


«La pintura es pintura y punto», resume Juan Luis Goenaga (Donostia, 1950). Lo dice como si fuera una obviedad y no hicieran falta más explicaciones, aunque prefiere añadir que el estado anímico jamás afectó a los trazos, a la gama cromática, a la temática. Que lo que sucede en su interior nunca tuvo ni tiene consecuencias en su obra. «La pintura es autónoma. No puedes plantear tu vida en ella. Al menos no es mi caso».

Se cumplen 25 años desde la última retrospectiva que se hizo en Donostia de su obra y cinco décadas de trayectoria artística. Difícil, por no decir imposible, cumplir con el deseo de comprimir todo ese legado, pero Kubo Kutxa se lo ha propuesto y según el propio autor se ha logrado. La muestra “Goenaga” abre hoy sus puertas, y podrá verse de forma gratuita hasta el próximo 10 de enero de 2021. La gestación comenzó hace casi tres años, lo que nos da una idea del complejo proceso de revisado, clasificado y selección, tal y como quiso subrayar ayer el comisario Mikel Lertxundi durante la presentación a los medios.

Se han seleccionado 128 obras y algunas de ellas nunca antes se habían expuesto. Muchas piezas proceden de la propia colección de la familia, otras de 26 colecciones privadas y de fundaciones y museos, como del Bellas Artes de Bilbo o de Artium de Gasteiz. «Lo cierto es que de algunas de las obras no me acordaba, y al volver a verlas he revivido momentos y recuerdos», admitía el propio Goenaga.

La gran retrospectiva plantea un viaje a través de su obra y del tiempo, para lo que se han dispuesto seis salas temáticas. “Inmersión en la naturaleza”, “Figura y revelación urbana”, “Un universo íntimo”, “La inspiración rupestre”, “Abstracción versus figuración” y “De la cueva al paisaje”. Al margen, se ha instalado una sala con obra que el autor ha realizado sobre papel: acuarelas, acrílicos, óleos, serigrafías y grafitos que muestran otra cara, pero complementaria, del artista.

Llamativo el acceso a este anexo: una serie de autorretratos de pequeño formato realizados entre 1966 y 2018. Trazos más apagados y dóciles los del inicio, que de forma progresiva fueron adquiriendo bravura. Tanto en los movimientos como en los colores.

La gran mayoría de piezas son óleos de gran tamaño, salvo alguna pieza y la obra realizada sobre el papel, que destaca por unas dimensiones bastante más reducidas. Según señaló Lertxundi, la pintura de Goenaga tiene una propensión expresionista, y navega entre las aguas de la figuración y la abstracción. Son dos vías de trabajo cuya frontera es un fino hilo, casi imperceptible.

Destacó el ritmo y el dinamismo con el que pinta. De hecho, el propio autor confesaba que pintar es como bailar. Hace falta ritmo y energía, vitalidad, movimiento. Lo decía ante un cuadro que parecía moverse. De intensos amarillos, y en el que se intuía a una mujer dándose placer. Los trazos parecen frescos y el fondo es blanco, algo muy poco habitual en él. Es la única pieza erótica que se ha seleccionado para la ocasión. «Bien con la dirección de la pincelada, como con la composición, o con la forma en que se comportan los elementos dentro del cuadro… hay ritmo, hay dinamismo. Siempre», explicó el comisario.

Naturaleza, familia, ciudad

La muestra arranca con las series “Belarrak” y “Sustraiak” que pintó en sus comienzos, en Alkiza. El contacto con la naturaleza es evidente, y el peso que ello supuso. Tiene interés por el mundo orgánico, y ya se vislumbra ese juego entre lo figurativo y lo abstracto que nunca ha dejado de practicar. Una vez deja el entorno rural y regresa a la capital guipuzcoana, la ciudad cala en su obra, y comienzan a aparecer figuras, como consecuencia de otras influencias, como las revistas. Surge la serie “Profiden”, de la que se ha seleccionado una pieza donde aparecen dos mujeres muy sonrientes. El mundo urbano será protagonista hasta los años 70.

En esta segunda sala podemos ver figuras poderosas que ocupan todo el lienzo, aunque poco a poco también comienzan a deshacerse. Fue una fase en la que deshizo las líneas, los colores y las figuras. «Construye y deconstruye las formas, trabaja con recursos más académicos, como los sombreados y las líneas de cierre». Lertxundi citaba un «realismo mágico», a cuyos personajes Goenaga les dotó de «formas imposibles».

La serie de parejas también resulta fundamental en su obra, una temática que lo tuvo ocupado especialmente a comienzos de los años 80, época en la que su ámbito más íntimo y familiar acaparó también parte de su creatividad. El nacimiento de su primera hija, en el 83, le hace regresar al caserío de Alkiza. Es allí donde retrató momentos de intimidad con su primogénita Bárbara.

Su interés por la arqueología, la historia y la geología también queda patente; de hecho la cuarta sala se ha dedicado a “La inspiración rupestre”. «El tema del pasado, de lo ancestral, es clave. También las visitas que en el año 91 realiza a algunos yacimientos y monumentos románicos. “Romanikoak” y “Arkeologikoak” son dos series que recogen aquello pero desde la contemporaneidad». Son piezas que nos retrotraen al mundo orgánico de los inicios.

Después llegaría el color, el color intenso. Azules añiles, rojos y amarillos. Año 2003. «En las parejas también los empleé, pero la verdad es que hay alternancia en las gamas cromáticas. Pero no es algo deliberado, yo no elijo los colores. Son los temas quienes los eligen», afirma.

Hacia el final, Lertxundi da una de las claves: hay obra muy diversa, son miles los matices, pero todos ellos son Goenaga. Hay un poso común que hacen a sus piezas inconfundibles, y lo realmente relevante es que exigen una mirada profunda: «por mucho que las mires una y otra vez nunca será suficiente; en cada mirada descubres algo nuevo en lo que antes no reparaste. Afilan la percepción».

 

Capas y más capas

Juan Luis Goenaga defiende que los cuadros no pueden pensarse sino que «van surgiendo» según avanzan las pinceladas, que pueden acumularse generando «capas y capas» en una misma obra, a la que en ocasiones vuelve una y otra vez. Un acercamiento a la pintura que ha cultivado durante cinco décadas y que ahora quedan recogidas en esta muestra.

El propio autor reconocía que los cuadros prácticamente hay que «arrancárselos de las manos» porque es difícil que los dé por terminados. La forma de seguir creando sobre capas anteriores, costrosas, resecas, lo sigue intrigando, y ese es un camino que sigue investigando. Que sepamos, hay un cuadro que tiene una capa del año 80… los últimos brochazos los dio recientemente. «Cuantas más capas puedas añadir, más disfrutas. Te acercas y te percatas de la profundidad que tiene. Y eso es una gozada».O.L.