06 SEPT. 2020 TEMPLOS CINÉFILOS Revolución Nicchiarelli Victor ESQUIROL Confirmada la tendencia: este año, el Festival de Venecia está más contagiado que nunca del mundo real. Por tercer día consecutivo, la carrera por el León de Oro se movió con habilidad y torpeza, en lo que cabría considerar una buena síntesis de un presente marcado por la firme voluntad de recuperación... pero lastrado, una y otra vez, por la altura infranqueable de un obstáculo (hablo del coronavirus) que de momento nos está ganando la batalla. Pasado por el traductor: la 77ª Mostra sigue incapaz de concretar un día redondo... pero al menos, parece que está alcanzando un nivel que perfectamente podría considerarse como «velocidad de crucero». O sea, que las alegrías compensan, de largo, los sinsabores. Con esto ya basta, tanto en 2020 como en cualquier otro año menos catastrófico que venga en mente. El caso es que la Competición destapó la que, sobre el papel, era una de sus grandes apuestas. El húngaro Kornél Mundruczó, autor peligrosamente idolatrado que venía de buenas cosechas de premios tras la estimable “White God” y la ya-más-condenable “Jupiter’s Moon”, presentaba ahora “Pieces of a Woman”, su primer proyecto internacional, que además contaba con unos cabezas de cartel de la talla de Shia LaBeouf y Vanessa Kirby. La propuesta, de entrada, pintaba bien. No solo por su llamativa ficha artística, sino sobre todo por una escena de apertura impresionante, a nivel de puesta en escena. En plano secuencia, es decir, sin la posibilidad de pestañear, asistimos al parto hogareño de una joven pareja que esperaba a su primer hijo. Un cuarto de hora de alta intensidad (en la dirección, el guion, las actuaciones...) que se vio truncado por una tragedia que iba a condicionar la hora y media que aún estaba por venir. Al final, ya con la sangre fría, quedó claro que todo el aparato, contundente en su apuesta formal, no era más que una excusa para seguir alimentándose (y regodeándose) en la desgracia ajena. Puro sadismo. Fue como la versión tremendista de “Historia de un matrimonio” o de “Agosto” (más aún, sí). Toda situación y personaje invocado estaba ahí para poner en marcha otra discusión, para asestar otra puñalada... para hundirnos más en la miseria. Pero por suerte, inmediatamente después de esto llegó la Revolución de Susanna Nicchiarelli con “Miss Marx”, portentoso biopic dedicado a Eleanor Marx, la hija menor del legendario filósofo. El texto nos situó, evidentemente, a finales del siglo XIX, pero la música, la protagonista (estupenda Romola Garai) y el resto de elementos nos hablaban desde el presente más rabioso. En conjunto, plasmaron el glorioso ruido de la modernidad estallando en una pantalla gigante. Liszt y Chopin bailaron al ritmo punk rock de los Downtown Boys, no por la filia pop que podríamos encontrar en cineastas como Sofia Coppola, sino más bien por la radicalidad (o libertad, para ser más consecuentes) que late en el arte de visionarios como Bertrand Bonello o Joanna Hogg. Mirando al pasado, la feminidad se liberó de la opresión masculina. Con ello, el cine nos dirigió hacia un futuro a todas luces mejor. Perfecta vacuna para 2020.