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DE REOJO

La fama


No hay duda: ser famoso es una manera de convertirse en famoso. Y hasta de perpetuarse como famoso si uno se aplica. Es la fama una droga dura, un pasaporte para la estabilidad económica sin otra actividad añadida que la de continuar siendo famoso. La fama está acabando con un mito contemporáneo: Fernando Simón. Cuando apareció en una portada con una moto de marca en una publicidad encubierta bastante grosera, entendimos que la vanidad anida en el genoma humano sin posibilidad de controlarla más allá del rubor. Pero ahora, cuando la famosa curva sigue siendo de una peligrosidad extrema, toma unos días de vacaciones que serán muy merecidas, nadie lo duda, pero lo hace para grabar un programa de televisión para hacer actividades deportivas extremas de manera que lo perpetúe como un famoso global, no un médico especialista en pandemias que estuvo dándonos ese parte de muertes y contagiados durante los momentos más lamentables del confinamiento. O sea, no se entiende bien esta necesidad de seguir siendo famoso por encima de su compromiso profesional que, precisamente, le hizo famoso.

El refrán crea fama y échate a dormir, viene de lejos, pero hoy con todas las intermediaciones que tenemos en nuestra vida cotidiana que nos hace desviarnos de lo sólido para vivir en este fango entre líquido y viscoso de lo inmediato, lo banal y lo inducido desde los resortes del consumo, la fama debe alimentarse con el famoseo. No se puede perder ni un segundo porque te pueden quitar tu lugar en el escaparate de la fama. Echarse a dormir puede significar despertarse sin un número indeterminado menos de seguidores en tus cuentas de las redes sociales que te tienen atrapado. El esfuerzo por mantener la fama es la mejor manera de desmontar tu influencia real.