GARA Euskal Herriko egunkaria
JOPUNTUA

Sin rumbo ni orden


Esta mañana he visto a un gorrión en la calle. Se estaba comiendo un chicle azul pegado al suelo en la acera. Me refiero a que lo picoteaba, no creo que llegara a masticarlo. Gorrión, pardal, txolarre, kurloi: passer domesticus... insanis. Bueno, pues ésta es mi contribución científica de hoy al devenir de la pandemia: nos estamos volviendo todos locos, hasta los pájaros.

Sin despreciar ni un ápice la gravedad de la crisis sanitaria a la que nos enfrentamos, me da la impresión de que los daños colaterales que está provocando en la población amenazan con convertirse en una parte radical, esencial, del problema. Hablo de la creciente soledad y desatención de los mayores, sobre quienes pende una afilada espada de damocles; de la caza de brujas que sufren los jóvenes, sospechosos por simple razón de edad; de la presión que amenaza con inutilizar un sistema de salud fagocitado por los protocolos de la covid-19; del reto abismal y sostenido de no pocos colectivos profesionales, abocados a un agotamiento sin precedentes; de la incertidumbre económica que atosiga a amplias capas de la sociedad, más grave cada día que pasa... y de un largo etcétera de calamidades que seguro ustedes son capaces de completar.

En resumen, atravesamos la tormenta perfecta en un barco que hace aguas, con las amuras reventadas y sin mástil, trinquetes ni mesanas. Pero lo peor, lo que realmente nos condena a la desesperación, es que no haya nadie al timón. Porque si lo hay, como en el chiste, debe estar borracho o con una resaca memorable. No se explica, de otra forma, la ceremonia de la confusión a la que nos someten cada mañana unos responsables institucionales –y no creo que se pueda salvar ninguno– claramente superados por una situación que ha puesto negro sobre blanco la calidad de un sistema político-institucional incapaz de afrontar con mínimas garantías una crisis sin precedentes, cuyas dimensiones exigen, ante todo, coherencia y resolución. Y ni lo uno, ni lo otro. Sólo una inquietante improvisación que me pone los pelos como escarpias.

Solo espero que no terminemos todos picoteando los chicles de las aceras. No me gustan. No son sanos.