01 NOV. 2020 JO PUNTUA Presidenciales Irati Jimenez Escritora Quizá son también los países y no solo las personas quienes en un momento de su vida y tras atravesar luces y sombras, se rinden definitivamente a su genio o a su demonio. Hace cuatro años, los Estados Unidos tomaron una mala decisión, no por mayoría popular –Hillary Clinton sacó más de tres millones y medio más de votos que su oponente–, pero sí democráticamente y ahora la primera superpotencia mundial se enfrenta a ese momento decisivo en el que toca enmendar el rumbo y honrar su mejor versión o hundirse en el abismo. Las encuestas y la histórica cantidad de gente que está votando anticipadamente hacen pensar en la primera opción, incluso en una victoria histórica para los demócratas, pero el país se enfrenta a un escenario volátil, peligrosísimo y totalmente desconocido: un inquilino de la Casa Blanca que no ha aceptado desalojarla de manera pacífica y democrática. Trump tratará de ganar de la única forma que puede: intentando suprimir el voto de las minorías estado por estado, declarando –falsamente– que los demócratas han cometido un fraude electoral masivo, retorciendo la ley o incluso violentándola para que la decisión final la tome la mayoría republicana del Tribunal Supremo, trampeando el sistema para que el voto de los blancos –particularmente de los cristianos– cuente más que el de sus compatriotas de otras etnias, razas y religiones. No cabe pensar que el partido republicano se portará con un mínimo de decencia teniendo en cuenta que los últimos cuatro años han permitido mantenerse en el poder a un hombre capaz de cometer delitos probados de alta traición. El día que el partido de Abraham Lincoln aceptó a un presidente que retuvo la ayuda del Congreso a Ucrania a cambio de que mintieran sobre Joe Biden, vendió al demonio lo último que quedaba de su alma y confirmó cuánta razón tenía Noam Chomsky cuando lo definió al como una amenaza para la humanidad. Veremos qué ocurre el martes y hasta qué punto asistimos o no al ocaso de lo que los primeros patriotas llamaron «el experimento americano». El país se enfrenta a un escenario volátil, peligrosísimo y totalmente desconocido: un inquilino de la Casa Blanca que no ha aceptado desalojarla de manera pacífica y democrática