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«DESDOMÉSTICA», ARTE FEMINISTA PARA REMOVER CONCIENCIAS
Entrevue
ESTÍBALIZ SÁDABA MURGUÍA
ARTISTA

«No hay techo de cristal, es de hormigón armado»

Dice la comisaria e investigadora Suset Sánchez que el trabajo de Estíbaliz Sádaba (Bilbo, 1963) busca «convocar una memoria en clave femenina y feminista como contrarrelato y resistencia». Frente al olvido intencionado, el arte como revulsivo.


La hacemos posar entre unas fotografías de unos bustos de mujeres romanas a los que les ha borrado el rostro y un autorretrato en el que una sartén oculta su cara. Entre ambas imágenes hay una especie de puente espacio-temporal que une un pasado en el que se ha borrado la huella dejada por las mujeres en la historia y un presente en el que, más metidas en casa que nunca, el trabajo doméstico vuelve a estar en primera línea de la agenda social. Aunque siempre ha estado ahí, como nos recuerdan Silvia Federici y Mariarosa Dalla Costa, dos históricas pensadoras del feminismo que están en «carne y voz» en el trabajo de Estíbaliz Sádaba.

Estamos en BilbaoArte y en “Desdoméstica”, la exposición que durante un solo mes –abrió el 19 de febrero y se cerrará el próximo 18 de marzo– nos golpea con imágenes, textos, collages y reflexiones sobre las macro y micro batallas de las mujeres. Resultado de la residencia de Sádaba en esta fundación, “Desdoméstica” remueve, choca, moviliza. Aunque debiera ser la presentación de lo que esta artista ha ido barruntando para una exposición en una galería italiana, retrasada por la pandemia, lo expuesto casi se puede leer como una retrospectiva, de tanto trabajo que ha ido construyendo durante los últimos años. Y, sorprendente, es su primera exposición en solitario en Bilbo. «No creo que haya ninguna mano negra –explica–, simplemente, cuando trabajas en vídeo, son recelosos a la hora de presentar el trabajo, porque siempre te piden algo más para exponer».

Artista multidisciplinar, su currículum es largo (becas, residencias internacionales, exposiciones, festivales...). Acaba de comisariar “Reactivando videografías” para el Aecid, una exposición que se mantendrá online dos años, con 70 trabajos de quince países. Mientras, su producción audiovisual va desde pequeñas piezas como "The garbage girl" (2007) –limpia, de rodillas, el Museo Artium o la araña de Louise de Bourgeois, en el Guggenheim– hasta investigaciones más recientes sobre la difícil relación histórica de las mujeres con el espacio público como “Las incontables” (2018), en el que recupera a tres colectivos rompedores como las Salonistas del XVIII, las Flappers de los locos años 20 y las Riot Girls de los 90. Por el camino, trabajos como un emocionante vídeo sobre las mujeres rurales leonesas –“Las filanderas” (2018)–, y sus dos trabajos «romanos»: el primero, “Las sobrantes. Apuntes para una cartografía de la ciudad de Roma desde una perspectiva de género” (2017), es una especie de viaje a las raíces de la Europa occidental a través de Roma, su cultura y su feminismo; y el segundo, "Subversiones domésticas" (2020), ahonda en el trabajo doméstico como fuerza de trabajo con pensadoras como Silvia Federici y Mariarosa Dalla Costa. Como recuerda esta última, el mensaje de un cartel del 8 de marzo de 1979 sigue vigente hoy en día: «El trabajo doméstico sostiene al mundo, pero ahoga y limita a la mujer».

Los días 16 y 17 de marzo (19.00) la sala de cine de BilbaoArte acogerá la proyección de esas piezas audiovisuales. Para los curiosos, en Vimeo tiene una estupenda página.

Desde sus inicios, con el colectivo Erreakzioa, en Arteleku, su trabajo está atravesado por la consciencia de que las mujeres no estábamos representadas en la historia oficial del arte. No sé si algo ha cambiado en tres décadas.

Sí que ha cambiado, hay más exposiciones... pero a mí lo que me interesa es el paso a la historia. Y no es que yo haga cosas porque piense que vaya a pasar a la historia, ni muchísimo menos, pero que quienes queden luego ahí no sean siempre los hombres, los hombres artistas, porque son a quienes se les valoriza más su trabajo. Cuesta, por ejemplo, con galerías, centros de arte y museos que, aunque sí que están comprando obra, también es verdad que cuando aparece el nombre de una artista está siempre con el de un hombre al lado. A mí me han preguntado que si existe el techo de cristal y tal... y yo no creo que haya techo de cristal; creo que hay techo de hormigón armado. Yo lo veo así, aunque tampoco quiero ser sensacionalista con estas cosas.

¿Se puede decir que su obra tiene algo de autobiográfico? El texto del catálogo apunta la dificultad de compatibilizar trabajo y familia, por ejemplo.

Cuando las mujeres artistas nos vamos de aquí a allá y tienes familia, siempre te preguntan qué has hecho con tus hijos. Los hombres artistas no tienen ese problema. Cuando me lo preguntaban, yo les decía que mi hija está muy bien cuidada; además los dos pertenecemos a este ámbito artístico y nos compatibilizamos. Me doy cuenta de que todo esto a nuestra hija le ha venido muy bien.

Hay un par de conceptos que usa que quería que explicara: uno, proletariado intelectual.

No es un concepto mío, pero lo uso por la idea que hay ahora sobre el trabajo del artista. Porque ahora vales para todo: para escribir, para hacer la obra, para diseñar… aunque esto está pasando no solo en el mundo del arte. Hemos pasado de que todo fueran compartimentos estancos a que, con esto de la descentralización, la globalización, la gentrificación, y con el teletrabajo ni te cuento, vales para todo, pero no te pagan por todo tu trabajo, ni muchísimo menos.

También habla del «matronazgo» en “Las sobrantes” (2018), su primer trabajo en Roma.

Yo en aquel viaje iba de forma más o menos naif y me encontré de pronto con el pórtico de Octavia. Allí leí: el pórtico de Octavia, pagado por su hermano Augusto, dedicado a ella. Pues no: el pórtico lo pagó Octavia, que era rica. Lo que hacían las mujeres en esa época era arquitectura cívica, mientras los maridos, los hermanos y los cuñados se iban a la guerra, a conquistar territorio. Aunque la historia las retrate como mujeres sibilinas y perversas.

La historia da muy mala imagen de las mujeres poderosas.

Es la imagen que se ha querido dar de las mujeres que hacían cosas: las que tenían poder eran perversas, muy malas, se acostaban con sus hijos, les cortaban la cabeza…

En sus vídeos, usa la imagen de los tacones en cocinas, en tejados. Una imagen potente.

Es un estereotipo que a mí me ha servido para hablar del mundo del arte: de ese caerte y levantarte, de lo que te piden y no te piden, de lo que es trabajar y estar todo el rato ahí. También una manera de control sobre las mujeres. Por ejemplo, las mujeres en los años 20 se quitaron los tacones y el corsé porque querían trabajar, fumar y vivir como los hombres.

Hay muchos temas en sus obras. Por ejemplo, la continuidad generacional o la invisibilidad. ¿Cómo se completa la historia si la oficial no nos tiene en cuenta?

A través del arte y a través de la educación, sobre todo. La carencia que hay en el currículum educativo es muy importante. En museos y universidades sí se está trabajando, pero en las institutos y en la educación primaria hay una carencia de referentes femeninos. Porque cuesta. No se trata de que haya una profesora o un profesor, que los hay, que te hable, por ejemplo, de la Generación del 27 y te diga: ‘Estas chicas hacían esto’. Se trata de que en el currículum esté todo bien plasmado y desplegado y, por esa parte, hay mucha carencia.

Con la pandemia, ¿qué ha pasado que hay un boom de exposiciones de mujeres?

Las exposiciones de las pioneras salen muy baratas. Aparte, son momentos en los que traer algo de fuera cuesta mucho y, de repente, miran todos a lo local. Es necesario difundir y que se vea el trabajo que estamos haciendo, porque aquí hay mucha gente trabajando y todos tenemos un trabajo serio, interesante y llevamos mucho tiempo. Pero no solamente hay que mostrar el trabajo, digamos, del ‘relato oficial’. A mí me parece que las ayudas están muy bien, pero si se diversifican. Y además yo no creo que haya solo un relato, sino que tiene que haber múltiples. Porque aquí estamos todos tan avanzados con el rollo de la teoría queer, del género y de que somos múltiples identidades, y también en el mundo del arte existen múltiples maneras de trabajar y de hacer. Así, entre todas y todos, juntos, construimos el relato del contexto que tenemos ahora. Pero los que construyen el relato son los que dicen del dinero: ‘A este sí, a este no’. A mí me parece que el problema es de la institución, porque no tiene que llamar a uno sino a cuatro o cinco para ver qué es lo que hay. Y ya no voy solo con el tema de repartir dinero. Las instituciones tienen que diversificar.