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AZKEN PUNTUA

Los libros y yo


Cuando visité la Feria del Libro Viejo y Antiguo que se acaba de inaugurar en Gasteiz, tuve una especie de diálogo emocional entre los libros que acompañaron mi vida y yo. Mi infancia siempre estuvo unida a los libros. Mi abuelo fue un anarquista que todas las noches leía a Nietzsche. Mi madre, en lugar de cuentos infantiles, nos recitaba la “Canción del Pirata” de Espronceda o las rimas de Bécquer. Una imagen entrañable que guardo de mi abuela es leyendo en la cocina novelas de Agatha Christie de la editorial Molino y, mi padre, estaba convencido de que la lectura y la cultura resultaban imprescindibles para entender el mundo. En mi casa, los tebeos de Bruguera se mezclaron con autores más serios: Dickens, Tolstoi, Goethe, Verne, Poe, Twain, Stevenson, Lorca, Celaya, Laforet... Los compró mi padre y se publicaban en colecciones de lujo que se vendían a plazos, editadas por Aguilar o Planeta. Aunque todavía las conservo, casi las había olvidado. Hace tiempo que las coloqué detrás de los libros que llegaron después, a la casa que ya no era de mis padres. Ayer las redescubrí en un stand y recordé las emociones que hicieron su tiempo inolvidable; el verano que las leí, las octavillas que oculté en sus páginas, incluso al hombre que venía a cobrar el recibo. Un libro no solo cuenta una historia que alguien escribe, es un trozo de vida sin autor conocido.