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JOPUNTUA

Pena de fuego


En la Europa de los siglos XVI al XIX, la pena de muerte tenía un cierto carácter de espectáculo. De hecho, en el Estado español, las ejecuciones públicas no se prohibieron hasta 1897 y en el francés hasta 1939. La horca y la hoguera constituían las opciones preferidas por el gran público, sin apenas distinción de clases sociales, que acudía a una u otra según sus preferencias particulares o la relevancia del ajusticiado. Había otras formas de acabar con la vida del reo, como el garrote, la decapitación o el encubado, pero ninguna de estas gozaba de la atención que suscitaban la soga y la leña.

Aunque el fin era el mismo, acabar con la existencia del convicto, ahorcar o quemar eran fórmulas que respondían a procedimientos diferentes. Se colgaba hasta la muerte a asesinos, ladrones, salteadores, falsificadores y hasta corruptos, mientras que se prendía fuego a los herejes, a los homosexuales y a los penados por bestialismo. Y si bien los escenarios de ambas ejecuciones eran calles y plazas públicas, bien acomodadas para el disfrute del espectáculo y el morbo, nunca unos tablados se confundían con otros: no se colgaba donde se quemaba y no se quemaba donde se colgaba, quizá para no despistar al espectador.

En esos siglos, el pecado nefando era aquel que cometían quienes, mediante un acto sodomítico, impedían de forma deliberada la procreación. Y no era solamente una transgresión religiosa de extrema gravedad , sino también un crimen contra el Estado. El derramamiento inútil del semen procreador alcanzaba para los juristas de la época niveles cósmicos, puesto que arruinaba el orden del Universo y conllevaba tragedia y muerte, según dictase Alfonso X en “Las Siete Partidas”. Durante siglos, el fuego fue el final para infinidad de acusados de sodomía, cuyas confesiones eran arrancadas mediante tormento.

Releo lo escrito hasta aquí, y compruebo que he utilizado todos los verbos en forma pretérita, como si hablase de algo afortunadamente superado u olvidado. Quisiera corregirlo. Actualmente, en el siglo XXI, mantener relaciones sexuales con alguien del mismo sexo puede ser castigado con pena de muerte en una docena de países.