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DE REOJO

La muga


Es bueno saber que, a unos ochenta kilómetros en línea recta, trazando una vertical, se encuentra la muga entre la atmósfera y el espacio. Un viaje espacial empieza, justamente, al cruzar ese punto. Hasta ese lugar hipotético o marcado con precisión por los instrumentos de navegación más sofisticados es donde viajó a bordo de su propio avión el multimillonario Richard Branson, dueño de Virgin, en su carrera por ser el pionero que mantiene con otro multimillonario, Jeff Bezos, el todopoderoso demoledor de la vida en la Tierra que se debe estar buscando una salida al desastre que se nos avecina aquí abajo, donde los jardines verticales forman parte expresiva de la capacidad adquisitiva de personas, municipios o bancos.

A primera vista, esa guerra pre-espacial de estos dos caballeros ricos hasta la náusea se debe enmarcar en una cuestión puramente comercial. El que mejor venda su viaje, su nave-avión, será el primeo que podrá ponerlos al alcance de personas con un excedente de dinero para usar en estas experiencias que no se pueden criticar, por muchas ganas de emprender una carrera de ocurrencias descalificatorias sobre estos paseos atmosféricos de unos cuantos que parecen haber sufrido un carencia de cariño en su infancia. Un viaje de minutos en los que probablemente la atención se concentre en uno mismo y sea difícil contemplar este planeta azulado desde setenta y nueve kilómetros de altura. Es casi como mirar desde las afuera de Donostia por si se ve san Mamés.

Esa muga, es la que marca el absurdo de hoy, donde se sustancia el derroche económico que seguramente estará planteado desde unas perspectivas capitalistas de inversión a corto, medio y largo plazo, pero que los que seguimos mirando el dedo cuando nos señalan la Luna solamente encontramos excentricidades.