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Los talibanes vuelven al poder veinte años después

Veinte años después de la invasión liderada por EEUU, los talibanes han tomado el control de Afganistán y entraron hasta el palacio presidencial de Kabul, de donde había huido poco antes el hasta ahora jefe de Estado, Ashraf Ghani. También la huida occidental se precipitaba y colapsaba el aeropuerto, pese a lo que Washington negó que se trate de «el Saigón de Biden» y dio por cumplida su misión en un país que deja con una población aterrorizada.


No ha durado los 90 días que habían pronosticado responsables de Inteligencia estadounidenses, ni lo ha impedido la «removilización» de las fuerzas afganas anunciada por el presidente, Ashraf Ghani, ni las promesas de resistir «hasta la última gota de sangre» de los señores de la guerra Mohamed Atta Noor y Abdul Rachid Dostum. Los talibanes han logrado tomar Kabul en unas pocas horas, sin resistencia tras la fulgurante ofensiva lanzada en mayo, a la par del anuncio de la retirada de las fuerzas intemacionales.

Más de un billón de dólares gastados en equipar y formar a las fuerzas afganas y más de 2.300 soldados muertos después, Estados Unidos deja el país de nuevo en manos del mismo grupo islamista rigorista al que expulsó en 2001 con la justificación del amparo a Al Qaeda y Osama Bin Laden.

Sin contar las decenas de miles afganos muertos en estas dos décadas de guerra.

El acuerdo alcanzado por el expresidente Donald Trump para salir de la guerra más larga de EEUU y que no podía ganar, ha sido completado por su sucesor, Joe Biden, en un tiempo récord que ha evocado salidas históricas como la de Saigón.

Biden defendió su decisión y responsabilizó a las autoridades afganas del colapso: «Un año o cinco años más de presencia militar estadounidense no habría hecho ninguna diferencia, cuando el Ejército afgano no puede o no quiere defender su propio país». Los republicanos tratan de rentabilizar el «Saigón de Biden». «Las decisiones del presidente Biden nos hacen precipitarnos hacia una secuela aún peor de la humillante caída de Saigón en 1975», afirmó Mitch McConnell, su líder del Senado.

«Bajo ninguna circunstancia vais a ver sacar a la gente en helicóptero desde el tejado de la Embajada de Estados Unidos en Afganistán», había prometido el presidente el mes pasado.

«Esto no es Saigón»

Ayer su secretario de Estado, Tony Blinken, aún defendía la misma idea. «Esto no es Saigón. Fuimos a Afganistán con la misión de saldar cuentas con quienes nos atacaron el 11 de setiembre. Hemos cumplido esa misión», afirmó.

Pero si no tan dramática como Saigón, la precipitada salida evocó una imagen similar.

La llegada de los talibanes a Kabul se aceleró aún más en las últimas horas. Tras la toma previa de Jalalabad, los insurgentes habían ordenado a sus combatientes que no entraran en la capital, mientras el Gobierno se preparaba para el traspaso de poder. Sus banderas ondeaban ya en varios distritos.

Los acontecimientos siguieron precipitándose con la huida del presidente Ghani, y su sustitución por un «Consejo de Coordinación» encargado de gestionar las negociaciones con los talibanes. El presidente afgano se habría dirigido a Tayikistán acompañado de un círculo estrecho de asesores, según confirmó un asesor cercano. Huyó «para evitar un derramamiento de sangre», explicó en sus primeas declaraciones.

El Consejo está formado por el expresidente Hamid Karzai, el negociador jefe del Gobierno en Qatar, Abdulah Abdulah y el «señor de la guerra» Gulbuddin Hekmatyar.

Poco después, los insurgentes, tras permanecer apostados toda la mañana en la periferia de la ciudad, entraron para «evitar saqueos» tras percibir el abandono de las fuerzas de seguridad en algunos puestos.

El exministro del Interior Alí Ahmad Jalali, de 81 años, aparecía como la figura que dirigiría el traspaso de poder. El portavoz talibán Suhail Shahein afirmó que la transición será «cuestión de días», pero poco después gritaban ya «victoria» en el palacio presidencial.

A la vez, la retirada estadounidense también se precipitaba. entre la amenaza y la negociación. Biden, que tuvo que aumentar a 5.000 soldados el despliegue previsto para evacuar su embajada, advirtió a los insurgentes de que responderían «rápida y contundente» si los estadounidenses eran atacados. pero a la vez, su enviado especial, Zalmay Khalilzad, pedía a los talibanes que esperaran a que concluyeran las evacuaciones, y para convencerlos, les habría ofrecido ayuda financiera y otros tipos de asistencia como parte de un futuro Gobierno afgano.

El Pentágono estima que el número total de personas evacuadas es de alrededor de 30.000. Como la víspera, los helicópteros continuaron ayer sus idas y venidas entre la embajada y el aeropuerto.

Previamente, la Embajada había ordenado a su personal que destruyera documentos y símbolos sensibles que puedan ser utilizados por los talibanes «con fines propagandísticos».

Varios países occidentales han ido siguiendo los mismos pasos.

Para rematar su victoria, los talibanes también conquistaron la base aérea de Bagram, en su día el gran centro de coordinación militar de EEUU en Afganistán y referente de las torturas y violaciones de derechos humanos. Allí, liberaron a miles de presos de la cárcel local, donde se estima que había 5.000 reclusos, entre ellos talibanes y yihadistas de Estado Islámico.

Los talibanes llegan prometiendo un cambio «pacífico» con mensajes en los que prometen que no buscarán venganza. «Queremos un gobierno inclusivo (...) lo que significa que todos los afganos serán parte de él», aseguró el portavoz insurgente que aseguró a la población que «sus propiedades y sus vidas están a salvo».

Pánico en Kabul

Pero a lo largo del día, el pánico se apoderó de la capital. La tensión iba en aumento, con atascos de tráfico provocados por la huida de buena parte de la población en coches cargados con sus pertenencias, aterrorizada por la vuelta de los rigoristas. Las tiendas cerraron y se vio a policías cambiando sus uniformes por ropa de civil. En la mayoría de los bancos una gran aglomeración de gente buscaba retirar su dinero mientras aún quedara tiempo. Otros se preparaban para el emirato. El cartel publicitario de un salón de belleza que muestra a una novia fue borrado en un barrio de Kabul. Muchos afganos, especialmente en la capital, y las mujeres en particular, temen que los talibanes impongan su versión ultrarrigurosa de la ley islámica como cuando gobernaron, entre 1996 y 2001. A las mujeres se les prohibió salir sin un acompañante masculino y trabajar, y a las niñas ir a la escuela. Las mujeres acusadas de adulterio fueron azotadas y apedreadas.

«Cambiarán su forma de apoyo a Al Qaeda y combatirán al Estado Islámico»

El futuro de Afganistán queda ahora entre las probable vuelta al emirato rigorista de hace veinte años, la posible guerra civil con milicias que les combatan y la alerta de los países vecinos –China, Rusia, Tayikistán o Uzbekistán– que temen la extensión del yihadismo a sus territorios.

En cualquier caso, una condena para su población y un foco de inestabilidad en la región. Para el especialista en yihadismo Jean-Pierre Filiu, profesor de Ciencias Políticas, la diferencia de los talibanes de 2021 no es que hayan moderado su delirio religioso sino que quieren cambiar el apoyo a Al-Qaeda, que les costó el poder.

Sirajjudin Haqqani, que ocupa uno de los primeros puestos en la muy opaca jerarquía talibán «seguirá otorgando a Al-Qaeda, liderada desde 2011 por Ayman Zawahiri, la protección que su padre ya le dio durante la vida de Bin Laden. Pero los posibles atentados serán reivindicados desde Pakistán para no exponer más el poder afgano de los talibanes».

Además, opina que continuarán las hostilidades con el Estado Islámico en el Jorasán, fundado en 2015 por disidentes del movimiento talibán que «nunca les perdonará por tal traición», lo que «usarán para ganarse el favor de Occidente».

Filiu subraya que la tragedia ahora afecta a mujeres y hombres en Afganistán. «Los talibanes han jugado la carta nacionalista, lo que aceleró la descomposición de un Ejército presentado como mero títere de EEUU. Ahora están decididos a aprovechar su regreso triunfal (...). Pero su yihad se detiene en las fronteras afganas».GARA