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EDITORIALA

Muertes en el trabajo: atacar las raíces del mal


En los últimos cinco días tres trabajadores han perdido la vida en accidentes laborales en Euskal Herria. Ayer, durante una descarga de material, un camión volcó matando a un trabajador en las canteras de Igantzi. Este pasado lunes, murió otro operario en Zanbrana, durante una tala de árboles. Dos días antes, otro trabajador, vecino de Berriozar, moría atropellado por una pala cargadora en Berriobeiti. Se dice y escribe fácil: tres trabajadores muertos en cinco días, 45 en lo que va de año. Es una tragedia insoportable, que no habla bien de un país ni de su modelo productivo. Se trata de una manifestación trágica de violencia estructural, una realidad demasiadas veces silenciada o, como poco, no magnificada como otras. Es un drama social, y no precisamente uno que surge, como dicen algunos, por una simple y mala pasada del azar. Ningún país serio puede acostumbrarse a esta cotidianidad, nunca se debe normalizar esta sangría.

En contra de lo que suelen alegar las patronales, los accidentes en el trabajo no son casualidad, ni tampoco una fatalidad del destino, ni una cuestión de suerte. Se trata de un mal social que tiene raíces, que no se puede atacar obviando las duras condiciones de trabajo, los frenéticos ritmos en ciertos sectores productivos, las presiones y el autoritarismo creciente. Ahí se generan las condiciones y el estrés que provoca muchos accidentes y patologías. Y es muy difícil hacerles frente a todas sin cambiar las relaciones laborales, sin ir a la raíz del mal.

Los accidentes laborales no son hechos aislados ni frías estadísticas; son un reflejo de un modelo de producción que antepone la economía y los beneficios a la salud y la vida de los trabajadores. Hay que cambiar el modelo de producción y priorizar la salud y la vida de los trabajadores; que puedan volver sanos y salvos de sus puestos de trabajo debe ser un eje central. El modelo de producción debe garantizar el derecho a trabajar y vivir con dignidad. Esta es y siempre debe ser una labor prioritaria para la sociedad vasca, más allá de las palabras.