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EDITORIALA

Cosas básicas para un cambio frente a la emergencia climática


La crisis climática obliga a cambios sustanciales en todas las esferas de la actividad humana, desde la economía a la política, y a todos los niveles, desde los particulares hasta los planetarios. Esta realidad interpela a las personas, a las comunidades y a las estructuras de poder, sin excepción. La Conferencia COP26 que comienza hoy en Glasgow ofrece un contexto para analizar la emergencia, plantear estrategias, establecer plazos y lograr compromisos. De estos compromisos cruzados y de los recursos que se pongan para implementar los acuerdos dependerá el resultado, que no es otra cosa que la vida en este planeta.

Las verdades científicas se han asentado y han vencido claramente a los falsos estudios negacionistas, promovidos por las empresas contaminantes y por sus delegados políticos. No hay debate, y sin embargo el debate público sigue siendo importante para combatir la hipocresía y detectar los retos reales. Unai Pascual lo explica perfectamente en su entrevista de hoy en GARA.

Los hechos son tozudos y han acompañado al relato científico. El calentamiento global y sus efectos son innegables, la biodiversidad está en riesgo, las catástrofes se suceden y nadie puede ocultar a estas alturas que el causante es el ser humano y el sistema capitalista. Ni los neoliberales gastan demasiada energía en negarlo.

Ni fatalismo, ni despistes, ni cinismo

Las tácticas para frenar las decisiones necesarias se han sofisticado. Hace tiempo que se ha detectado que algunos relatos fatalistas no buscan activar un cambio en las costumbres dañinas, sino precisamente reforzar la idea de que en el fondo no hay nada que hacer y, por lo tanto, que se puede seguir así hasta el final, sea cuando sea.

Sobre todo, buscan tapar las responsabilidades de unos y otros. Porque lo realmente contaminante son las grandes empresas y no los gestos personales cotidianos. 100 empresas son responsables del 71 % de las emisiones de gases de efecto invernadero desde 1988.

No obstante, eso no es excusa para que las personas no hagan lo que tienen que hacer. Es cierto que la culpa es un sentimiento perverso y que por defecto apuntala al poder, pero algo básico para no sentirla es comportarse, ser fiel a unos valores y principios, actuar en coherencia con ellos. Claro que el problema es el sistema capitalista, pero la solución vendrá de la gente.

Nuevas formas de politización y militancia

Naomi Klein definía recientemente al movimiento juvenil que está luchando contra la emergencia climática como «internacionalista, multirracial y pacífico, pero militante y radical».

En la lucha ecologista actual hay una demanda intergeneracional que hay que atender. La juventud está pidiendo que se tomen decisiones que garanticen su vida, la viabilidad de su mundo. Habría que compartir estrategias y buscar alianzas eficaces.

Tampoco hay que olvidar la vertiente geopolítica de la justicia climática. Una de las demandas previas a la Cumbre en Escocia es que el desequilibrio de poder y de recursos entre países debe ser tenida en cuenta a la hora de plantear acuerdos, financiación y mecanismos de control. El saqueo debe terminar y debe ser reparado.

El cambio comienza en casa, en Euskal Herria

Las decisiones particulares son significativas, generan cambios en su entorno, favorecen debates que antes o después desembocarán en propuestas más extendidas. No cabe esperar a que las cosas cambien para alterar costumbres negativas, para adquirir compromisos, para implicarse en la mejora de las cosas. No se puede ser un reaccionario si se desea otro mundo, otras relaciones, otra forma de tratar a la naturaleza y a las personas, si se quieren evitar cataclismos y dejar un legado. Ni se puede dejar todo el poder a esa clase de gente.

Al igual que pequeños cambios en la cotidianidad de las personas traen cambios más profundos, la transformación es muy evidente en la esfera local. Los pueblos y las ciudades se orientan y cambian en sentido positivo o se estancan en modelos caducos y tóxicos. El municipalismo tiene un gran potencial que, asociado a la potente tradición ecologista que ha existido en la sociedad vasca, puede ser un factor de cambio.

Euskal Herria debería aspirar a ser puntera en algunas cosas, en cosas básicas como la biodiversidad y la igualdad. Esto exige un liderazgo que conlleva un cambio en las costumbres y en los anhelos, en los enfoques y en las prioridades. Para transformar hay que transformarse.