Dabid LAZKANOITURBURU

El hambre de venganza (Bielorrusia) y las ganas xenófobas (Polonia)

Miles de migrantes (entre 3.000 y 4.000), la mayoría kurdos de Irak, se agolpan en la tierra helada de la frontera entre Bielorrusia y Polonia. Forman parte de un grupo de más de 10.000 personas que han huido de sus ardientes –bélicas– tierras con la esperanza de llegar a Europa –léase a Alemania–.

No hay datos sobre las circunstancias de su llegada al «paraíso postsoviético bielorruso», pero la amenaza de sanciones contra compañías aéreas de terceros países esgrimida por la presidenta de la Comisión Europea, la también alemana Ursula Von der Leyen, apunta a que muchos habrían llegado en avión, procedentes sobre todo de Turquía e Irak.

Bruselas amenaza con más sanciones al Gobierno de Bielorrusia, al que acusa de usar a los refugiados como moneda de presión ante la UE. Minsk, cuyos policías custodian a los migrantes en la mismísima frontera, lo niega, pero el propio presidente bielorruso, el otrora director de un koljos (granja cooperativa soviética) Alexandre Lukashenko, ya advirtió a la UE de que podría dejar sin efecto el acuerdo tácito por el que cerraba sus fronteras al paso de refugiados tras la imposición por parte de Bruselas de sanciones por la farsa electoral en las presidenciales de agosto de 2020 (candidatos opositores en la cárcel y 80% de votos; vamos, que ni en Managua...).

El nuevo sultán otomano, Recep Tayip Erdogan, es todo un maestro en el macabro arte de jugar con la esperanza de los migrantes como arma diplomática. Aunque tiene un serio competidor, el rey marroquí Mohamed VI y los menores de edad en Ceuta.

Pero al hambre de venganza de Lukashenko se le unen las ganas de mostrar «firmeza» xenófoba por parte de la Polonia del PiS, que no ha dudado en militarizar la frontera con 10.000 soldados (tres por migrante) y llenarla de alambradas de espino, concertinas y muros para evitar que crucen la frontera.

Poco les importa a los gobernantes en Varsovia, y en Minsk, que ya hayan muerto de frío e inanición al menos una decena de ellos.

Más le interesa a Polonia resucitar el fantasma de su histórico enemigo, Rusia, aliado de Bielorrusia. De ahí que denuncie una «guerra híbrida» a la que contrapone la unidad de la OTAN y de la UE.

Resulta paradójico que Varsovia apele a la UE cuando rechaza la llegada de agentes comunitarios de Frontex y Europol a la frontera. Quizás sea porque los gobernantes polacos confunden a la UE con su idea protohistórica de la Europa cristiana, católica y romana, y, por tanto, islamófoba. O que no quiere que nadie sea testigo del tratamiento racista que da a los migrantes (ya han muerto siete en suelo polaco) y que no se cuele ninguno, siquiera por el insoportable peso de los motivos humanitarios.

Y es ahí donde reside el problema. En la ausencia de una política de asilo de la UE, no ya ideal sino por lo menos realista, y que no quede al albur de gobiernos sin escrúpulos como el bielorruso, el turco y el marroquí… y de unas guardias fronterizas, la polaca, la lituana… que se ciscan en los derechos humanos.

Se juntan el hambre y las ganas de comer. Y, en el caso de la UE, los deberes sin hacer.