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EL CASO QUE REVOLUCIONÓ LA POLÍTICA ITALIANA

El mayor escándalo político de la historia de Italia estalló el 17 febrero de 1992, cuando el dirigente socialista Mario Chiesa fue sorprendido cometiendo soborno. Lo sucedido provocó un terremoto que acabó con la sustitución de los viejos partidos políticos.


El actual panorama político italiano es hijo directo del mayor escándalo de corrupción registrado en el país. Los periódicos lo denominaron ‘Tangentopoli’, tomando como inspiración ‘Paperopoli’ (en castellano, Patoburgo), la ciudad donde viven el Pato Donald y sus amigos, porque era un mundo dominado, en lugar de por patos, por los sobornos, ‘tangenti’ en italiano.

El escándalo fue de tales dimensiones que provocó la desaparición de los partidos que habían dominado la escena hasta entonces y la irrupción de fuerzas nuevas. Supuso el adiós de la Democracia Cristiana (DC) y el Partido Socialista, y la llegada de la Liga Norte y de Silvio Berlusconi con su Forza Italia.

Todo comenzó hace 30 años, el 17 de febrero de 1992, y como si se tratara de un dominó, la caída de la primera ficha provocó el colapso de todo el sistema.

En esa época, en Milán, no se movía ni una hoja sin el permiso del Partido Socialista. El PSI era un auténtico grupo de poder que simbolizaba la década anterior, la de un bienestar generalizado que se plasmaba en la frase «Milano de beber», tomada de un eslogan publicitario de una marca de licores. Esa era la estampa idílica de una ciudad y un país que quería modernizarse después de casi medio siglo de tonos grisáceos por el dominio de la Democracia Cristiana, «la ballena blanca», un Estado dentro del Estado siempre conectado con el poder.

A pesar de que los escándalos acosaban a la DC, se las ingeniaba para esquivarlos, mientras los socialistas (PSI), en modo anti-comunista, eran el aliado perfecto, en especial cuando fue elegido líder Benedetto Craxi, Bettino’, un hombre imponente y autoritario, pero mucho más moderno que el resto de líderes de aquella época.

Tras convertirse en primer ministro en 1983, durante cinco años instauró un sistema de poder totalmente nuevo e informal. A su investidura como responsable del gabinete, se presentó en camisa y vaqueros. Al verle, el entonces presidente de la República, Sandro Pertini, le echó una bronca monumental a pesar de pertenecer al mismo partido. «Vuelva con una vestimenta más respetuosa y no se le ocurra hacerlo nunca más», le espetó el inquilino del Quirinale.

 Craxi era así, pero su partido también, con jóvenes de alrededor de 40 años rodeando al ‘capo’ en busca de poder, como el ciclista que va a rueda esperando para saltar y alcanzar su momento de gloria.

Era de Milán y la metrópoli lombarda, su feudo. Casi todos los cargos emanaban de su liderazgo, de tal manera que, entre los 80 y 90, hasta el último funcionario tenía que ser socialista o su amigo en la ciudad de la moda y del trabajo «24 horas».

En esa ciudad se encuentra enclavada el Pio Albergo Trivulzio, una histórica residencia para mayores. Elegante, casi coqueta, es conocida también como ‘Baggina’, por su proximidad con el barrio popular de Baggio. Su presidente desde 1986 se llamaba Mario Chiesa y era el típico «apparatchik», un representante muy poderoso del partido, pero siempre en la sombra. Hasta el nombre y el apellido eran bastante comunes.

El ingeniero Chiesa era un «caballo» del PSI situado en uno de los lugares más estratégicos de Milán. Nadie lo sabía, pero la ‘Baggina’ era también una pieza clave en el sistema de corrupción desenfrenada no solo en la ciudad, sino en el conjunto de Italia. Y contaba con un patrimonio inmenso entre dinero y propiedades inmobiliarias.

Algunas pesquisas habían llegado a rozar a los socialistas, pero sin alcanzar el corazón del entramado. Era necesario pillar al culpable in fraganti. Y entonces entró en escena Antonio Di Pietro.

Di Pietro era un expolicía que había llegado a fiscal general en Milán en 1992. Durante su trayectoria como policía, se había demostrado como incansable perseguidor de criminales y cuando investigaba un caso, era como un perro de presa que nunca suelta el hueso que está mordiendo. Un modo de proceder que mantuvo como fiscal general.

A finales de los 80, ya había investigado algún pequeño escándalo, pero le faltaba juntar las piezas. Milán era una ciudad corrupta, pero el puzzle todavía se le ofrecía desordenado. Hasta que le llegaron unas cuantas denuncias, todas ellas relacionadas con sobornos. O, como las llamó Di Pietro en algunos congresos policiales antes de ‘Tangentopoli’, «donaciones». Se trataba de dinero que empresas más o menos grandes pagaban a las entidades estatales a cambio de algún trabajo público. Y lo hacían sin que ni siquiera las mismas entidades públicas las pidiesen, sino «por pura inercia», porque ya sabían que los industriales o los empresarios iban a pagar y siempre en B.

Fue una época en la que muchos empezaron a familiarizarse con términos como corrupción o concusión, es decir, la exigencia arbitraria de una cantidad por parte de un funcionario público en su propio beneficio. Era un sistema que engordaba ilegalmente las carteras de los cargos públicos para que los empresarios que pagaban ganaran concursos públicos, que a su vez, facilitaban el dinero para la siguiente «compra». Y así ad infinitum. Al menos hasta que alguien rompiera ese círculo vicioso por falta de fondos o de paciencia. Y ese momento llegó en la residencia del Pio Albergo Trivulzio.

Hasta para hacerse con las tareas de limpieza del centro era necesario abonar la «donación». Una situación que llevó al joven empresario Luca Magni a acudir al fiscal general Di Pietro para denunciar nada menos que a su director, Mario Chiesa.

 Para comprobarlo, el fiscal solo tenía que hacer una cosa: tender una trampa al socialista. Puso un micrófono oculto dentro de un bolígrafo y una cámara en una bolsa. Y se las facilitó a Magni, junto a siete millones en efectivo para entregárselos a Chiesa. El gancho fijó una cita para pagar el lunes 17 de febrero de 1992 por la tarde.

Tirar el dinero por el retrete

«Lo volvería a hacer, sí. Mi empresa tuvo que cerrar después, pero lo volvería a hacer, porque en mi familia me educaron en tener una cierta moralidad en la vida. No podía más con lo de pagar para trabajar, aunque ese fuese el sistema». Así se expresó Luca Magni en las entrevistas que concedió a Radio Lombardia y al periódico ‘Libero’.

La escena se convirtió en uno de los momentos más recordados de la historia reciente de Italia. Mario Chiesa cogió el sobre con el dinero y saludó a Magni, después de haberle hecho esperar más de una hora.

A continuación, los carabinieri irrumpieron en el despacho del presidente de la ‘Baggina’ tras haber contemplado la escena a través de la cámara oculta en la bolsa del empresario. «Ingeniero Chiesa, devuélvanos el dinero», le dijeron los policías. «¿De qué dinero estáis hablando? Este es mío», respondió. «No, señor, ese dinero es nuestro», le replicaron. De hecho, tenía unas marcas para que pudiera ser identificado.

Chiesa había caído en la trampa y fue detenido. La leyenda asegura que, una vez que comprendió que había sido pillado con las manos en la masa, el presidente de la ‘Baggina’ se fue al baño para tirar por el retrete más dinero, millones de liras, oculto.

Aunque era un caso grave, al día siguiente, la noticia de la detención no apareció en las portadas de los periódicos y probablemente no habría tenido más recorrido sin la cita que el mundo político aguardaba con expectación: las elecciones del 5 de abril.

La Democracia Cristiana, el Partido Socialista y los otros tres grupúsculos del «pentapartido», las cinco fuerzas que dominaban el arco constitucional italiano, es decir, republicanos, liberales y socialdemócratas, eran los favoritos para seguir en el poder.

Además y por primera vez, el Partido Comunista no se iba a presentar tras sufrir un cambio de nombre y una división interna. Pasó a llamarse Partido Democrático de la Izquierda (PDS), mientras que Rifondazione Comunista continuó fiel a la vieja línea.

Mientras, Mario Chiesa se encontraba en la cárcel de San Vittore, presionado por Antonio Di Pietro y el resto de fiscales. De inicio, se negó a colaborar, hasta que en un debate televisivo oyó a su presunto amigo Bettino Craxi definirle como «un pícaro que ensucia la historia de nuestro partido».  Ofendido en lo más profundo, Chiesa empezó a «cantar» y confesó sus corruptelas y las de los socialistas, y no solo de Milán, sino de toda Italia. Di Pietro no se lo podía creer. Las fichas del dominó habían empezado a caer.

Terremoto electoral

Entonces se planteó un problema. ¿Qué hacer con las elecciones? ¿Esperar a que se celebraran o empezar ya con las detenciones? Los fiscales decidieron esperar al 5 abril, que fue un desastre tanto para la DC como para el PDS. La abstención también se fue por las nubes en unas elecciones definidas por los periódicos como «un terremoto».

 Dos partidos aprovecharon especialmente el clima de protestas. Uno sigue activo todavía, la Liga Norte, que pasó de tener dos parlamentarios a 80, tras experimentar un verdadero boom en Lombardía, donde había encabezado manifestaciones contra la corrupción. El otro partido se llamaba La Rete y podría definirse como proto-populista, con fuerte base social sobre todo en Sicilia.

Al día siguiente empezaron las detenciones, que generaron otro terremoto. En mayor o menor medida, todos los partidos políticos tendrían problemas con la justicia. La Democracia Cristiana literalmente se hundió en poco tiempo, tanto como el Partido Socialista, con Craxi condenado por corrupción y que escapó a Túnez, donde murió.

Los dos partidos que habían protagonizado la política italiana durante medio siglo simplemente desaparecieron dejando un inmenso hueco de poder.

Irrumpe Berlusconi, amigo de Craxi

Un gran amigo y colega de Bettino Craxi se aprovecharía del nuevo escenario. Se trataba de Silvio Berlusconi, que, desde la nada literalmente, creó Forza Italia, en la que los huérfanos de la DC y del PSI encontraron refugio. Il cavaliere también se vio inmerso en unas cuantas investigaciones y muchos de sus colaboradores han asegurado que FI fue un producto para impedir la detención de Berlusconi, que estaba casi programada.

La investigación iniciada con Mario Chiesa fue conocida como «Manos Limpias» y abrió las puertas de ‘Tangentopoli’ a una ciudadanía que no necesitaba más para desahogarse contra los políticos corruptos. Aparecieron camisetas y hasta gadgets con las caras de los fiscales, reunidos en un equipo especial, un pool como se le denominó en aquella época, encabezado por Antonio Di Pietro, el hombre más popular de Italia. Cada noche los informativos, como fuera la lista de la compra, anotaban detenidos, nuevos presos y a qué partido pertenecían.

 Parecía una revolución y realmente lo fue. Con sus héroes y sus muertos, los que se suicidaron por la vergüenza, con sus tricotosas estilo Francia revolucionaria deseosas de «sangre» y los principales periódicos apoyando en bloque a fiscales y jueces. Fue una gigantesca borrachera social, una avalancha inapagable e inagotable.

Todo el panorama político cambió de repente como nunca antes había sucedido. Di Pietro en 1994 y todos los nuevos partidos, incluida Forza Italia, querían incorporarlo a sus filas, como si fuera un fichaje estrella del fútbol. Terminó entrando en política, en el bando de la izquierda, con su partido justicialista Italia dei Valori enfrentándose continuamente a Berlusconi. Al final, Di Pietro también se convirtió en un producto de la mayor revolución que había registrado Italia desde la Segunda Guerra Mundial.