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PERFIL

Casado, el aznarista que fue acorralado por la ultraderecha y los rivales internos


El saliente presidente del PP se despidió el miércoles del Congreso en un discurso solemne y principista que choca con el liderazgo que ha ejercido. Entre Vox y sus amigos convertidos en enemigos, su mandato al frente de la derecha española ha ido perdiendo fuerza hasta el suicidio político televisado. Quiso hacerlo con la solemnidad y parsimonia que creía merecer alguien que en pleno siglo XXI enfrentó al presidente del Gobierno con la frase: «Se atreve a decírmelo aquí frente a los Reyes Católicos [en alusión a las dos columnas del hemiciclo con las figuras que representan a Isabel y Fernando]».

Así era el Casado político. Un joven que comenzó sus pasos políticos en los tiempos del padre del nacionalismo español moderno, José María Aznar. Embebido de esa retórica de unidad indivisible de España y de exaltación del pasado imperial, con ribetes modernos en comunicación, este joven palentino que cumplió hace pocos días 41 años fue construyendo un liderazgo que estuvo lleno de altibajos.

La presidencia de Casado en el PP muchos la sitúan casi en el orden de la casualidad. La batalla central era entre Soraya Sáenz de Santamaría y Dolores Cospedal. Pero un ambicioso treintañero que había sido dirigente de Nuevas Generaciones en tiempos de Aznar y que trabajaba como vicesecretario de Comunicación del PP estatal comenzó a organizar su participación en las primarias.

En aquel momento, Casado se dedicaba a ser responsable de coordinación de un grupo de dirigentes cachorros del partido que estaban dispuestos a participar de los platós y tertulias a pesar de todos los zascas que debían aguantar de parte de políticos y periodistas progresistas. No eran tiempos fáciles para ser militante del PP, especialmente en lo que respecta al asunto de la corrupción. Del núcleo duro de aquel momento participaron el joven diputado por Murcia Teodoro García Egea (a quien conoció en el Congreso) y la periodista madrileña Isabel Díaz Ayuso, con quien había trabado una amistad personal en los tiempos de NNGG. Así comenzó la epopeya para ser la cuña entre Santamaría y Cospedal que, inesperadamente, acabó con el ungimiento de Casado.

La obsesión desde el primer momento era lavar la cara del partido, que venía de la sentencia del «caso Gürtel» y de más de seis años de gobierno con recortes, subidas de impuestos y luchas intestinas. Vale recordar que los ánimos de la derecha española estaban aún muy influenciados por la DUI del Parlament de Catalunya que había ocurrido ocho meses atrás.

Para la labor de regeneración de las estructuras del partido y la búsqueda de nuevos liderazgos Casado eligió a su mano derecha, García Egea. La exportavoz Cayetana Alvarez de Toledo recuerda en su último libro, en el que relata sus meses al frente del grupo parlamentario, que el propio presidente del PP le admitió que le había entregado «todo el poder» del aparato al dirigente murciano.

Con Egea, Casado acabó desarrollando una simbiosis política de tal dimensión que lo llevó a infringir una de las máximas de todo manual de gestión de partidos: el secretario general dejó de ser un fusible reemplazable para oxigenar el liderazgo. Resistida su partida hasta el final, la salida de Egea ha acabado significando la inexorable despedida de Casado. El estilo un poco macarra y guerrero de Egea fueron la huella de la Ejecutiva ya saliente del PP. Durante estos cuatro años sobraron las filtraciones en los medios sobre las disputas internas y las quejas para con la cúpula estatal, a la que muchas veces se la señalaba como aislada o poco receptiva.

Paradojas del destino, el conflicto con su amiga y gran apuesta para la renovación en Madrid, Díaz Ayuso, fue lo que acabó devorando su liderazgo, que no encontró oxígeno en éxitos electorales. La estrategia de Castilla y León salió mal, los resultados en Catalunya peor y para qué mencionar la votación de la reforma laboral.

Por la calidad de los sucesos, no sería exagerado creer que la verdad absoluta de lo ocurrido sólo lo saben Ayuso, Egea y Casado. Viendo la cronología, queda a libertad del votante creer si el problema real fue la ambición de Ayuso por presidir el PP madrileño o lo que ganó fue el pánico de Génova al fenómeno ayusista en las encuestas y, ante eso, comenzar a azuzar con el pago recibido por el hermano de la presidenta.

Lo cierto es que el liderazgo de Casado ya venía golpeado no solo por sus decisiones sino también por un acoso y derribo de la ultraderecha de Vox, que hasta le obsequió una moción de censura para acorralarlo más a él que a Sánchez.

No faltan los que juzgan que lo hizo mal. Muy permisivo con la ultraderecha, llegando a pactos de investidura y legislativos con ellos, quiso mantener el dique en cuanto a coaliciones de gobierno. Ese rechazo también fue un elemento que detonó su final. También lo hizo mal porque se zambulló en el argot de la derecha radical y todo el PP entró al trapo.

El ya casi exlíder del PP llevó la crispación verbal a límites que nunca había conocido el conservadurismo, con insultos a Sánchez, abuso de descalificativos hacia el soberanismo y en temas delicados como ETA. Fue un bucle del que no supo salir y siempre pareció ir a más.

Con los independentistas siempre tuvo una especial animosidad. «Golpistas» o «herederos de ETA» fue algo que salió de su boca y de sus dirigentes en forma constante.

Meses antes de ser ungido presidente del PP ya había demostrado su talante con Carles Puigdemont, al decir antes del referéndum del 1-O que «podía acabar como su antecesor en el cargo Lluís Companys».

También se dio el gusto de agitar las aguas en el bar Koxka de Altsasu. Sin pudor, grabó allí una entrevista con el cuestionadísimo y desprestigiado periodista Eduardo Inda.

Su etapa llega al final produciendo la peor crisis interna del PP en sus cuatro décadas y sin poder siquiera acabar su mandato, que concluía en julio. Un desenlace precipitado e inesperado tanto como su comienzo.