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Despejada la incógnita, queda la duda


N i 24 horas ha tardado Vladimir Putin, con su Blitzkrieg, en despejar la incógnita sobre el alcance de su ofensiva en Ucrania. Su objetivo es un cambio de régimen en Kiev que le permita tener un Ejecutivo bajo control y que no ose tentar, o ser tentado, por Occidente. Y que acceda a que Rusia ocupe, con sus fuerzas de «interposición de paz», el este del país.

Con Jerson, al norte de la anexionada Crimea, en sus manos, y con Mariupol, en la costa del mar de Azov, a punto de caer, Odessa y Jarkov son los siguientes objetivos de su invasión. Conviene recordar que todos estos enclaves, junto a las provincias orientales de Donetsk y Lugansk, conforman la histórica Novorrosiya, término zarista para definir a los territorios de habla rusa que fueron conquistados por el Imperio ruso al Imperio otomano, tutor del Janato tártaro de Crimea, en los siglos XVII y XVIII.

Está por ver si el Estado-tapón que el Kremlin quiere instaurar en el este abarca todo ese territorio. Es la baza negociadora de Putin.

Porque a Moscú no le conviene enlodarse en la ocupación de un país de 40 millones de habitantes, mayoritariamente antirruso, tanto por el adoctrinamiento por parte del nacionalismo esencialista ucraniano como por los históricos agravios provocados por Rusia.

A no ser que Putin haya decidido una huida hacia adelante y planee extender sus operaciones a la siempre díscola Georgia y a Moldavia desde su enclave de Transniéster.

Suena a exageración. Como sonaba pensar hace dos días en una operación militar rusa y ayer mismo en una invasión en toda regla.