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Maltrato en las residencias de ancianas y ancianos


Mi amama tiene 87 años y le encanta cantar, pero ella no lo sabe. Dejó de saberlo cuando el alzhéimer invadió cada parte de su cuerpo, lo cual no quiere decir que haya dejado de sentir. Lo puedo ver en sus ojos cada vez que escucha una canción de Nino Bravo y, de repente, sin saber que es su hija la persona que está al lado suyo comienza a susurrar sus letras con una perfecta entonación.

Actualmente habita en la residencia de Zorroaga de Donostia. Como el resto de residentes, ella y sus familiares hemos tenido que ceñirnos a los estrictos protocolos para la prevención de la covid-19. Y digo estrictos porque mientras en la calle ya nos estamos echando unas cañitas con la mascarilla arrugada en el bolsillo, en las residencias de ancianos y ancianas las personas vacunadas una, dos, tres y cuatro veces, solo por haber sido contacto estrecho y «no aguantar con la mascarilla puesta», siguen haciendo cuarentenas de siete días. Solas. Encerradas en su habitación. Sin ninguna posibilidad de desplazarse. Sin ningún estímulo. Sin ninguna posibilidad de pedir ayuda. Y muchas de ellas, como mi amama, sin ni siquiera entender lo que pasa. Todo esto a pesar de que es sus protocolos claramente indique que «las personas usuarias que sean contacto estrecho no realizarán cuarentena». Eso es un maltrato.

Sin ser una experta en la materia, pero aplicando el sentido común y un poco de ética, especialmente los protocolos en las residencias deberían tener en cuenta las particularidades de las personas que habitan en ellas, así como contar con personal suficiente para poder llevar a cabo dichos protocolos de la manera más saludable posible. No es la covid nuestra única pandemia; la inactividad física y el sedentarismo, la soledad, la falta de contacto y de la escasez de estímulos apagan de forma notoria a personas con alzhéimer y otras enfermedades.

En caso de hacer caso omiso a este tipo de reivindicaciones, recomiendo al resto de la población sana que vayáis cruzando los dedos para que cuando hayáis parado de producir y solo supongáis un gasto para la sociedad podáis seguir siendo personas autónomas durante vuestra vejez y reduzcáis toda posibilidad para acabar siendo tratados como un mueble vacío durante la última etapa de vuestra vida, ya que entonces nadie recordará lo bien que cantabais.