GARA Euskal Herriko egunkaria
GAURKOA

Deriva


No por verse venir o estar avisados de las corrientes autoritarias y su incrustación en una gran parte de las sociedades occidentales y otras, deja de ser menos grave la deriva autoritaria y antidemocrática que este nuevo siglo está tomando.

Muchos análisis son los que se hacen y están haciendo al respecto, tratando de buscar las causas y el porqué de esta regeneración. Siempre han estado, aunque algunos pensaran e intentaran hacernos creer que el fascismo fue derrotado en la Segunda Guerra Mundial. Nada más incierto, pervivió con la dictadura fascista española y otras en Europa, con los regímenes totalitarios en América Latina, países y colonias africanas y otros de Asia, curiosamente la mayoría propiciados y alentados por los vencedores de la contienda.

Es evidente que sus formas o métodos han cambiado adecuándolos a las nuevas corrientes de pensamiento, modelo económico, evolución de las religiones y sectas, de conformación de los nuevas sociedades o sistemas, y a los conflictos sobrevenidos, dirigidos y programados. Pero su génesis, idearios y fundamentos ideológicos siguen siendo los mismos.

Por supuesto que caer en simplismos no ayuda ni contribuye a un diagnóstico certero que aporte soluciones a un problema que es grave y puede llegar a serlo más. Pero lo que no es de recibo es relativizar esta cuestión como desde la mayoría de los medios de comunicación, organizaciones políticas y diversos sectores se está haciendo al abordar esta amenaza para la democracia y libertades.

Hay elementos que permanecen invariables en su estrategia para llegar al cerebro y corazón de las personas, como lo es la búsqueda de enemigos comunes o culpables de los males y problemas en nuestras sociedades modernas. Siguen el libreto goebbelsiano de acentuación del ego supremacista sobre el diferente, junto a una sólida estrategia propagandística y publicitaria de sus falacias y mentiras. Este fascismo del siglo XXI no deja de ser un aspecto más de la manida globalización, en este caso de la homogeneización del pensamiento para conseguir el objetivo neoliberal, o neofascista, de pensamiento único.

Por otra parte, hay que añadir los elementos que las nuevas tecnologías, redes de comunicación o relación personal, ocio e información virtual, están suponiendo en los cambios de hábitos, cultura social y comportamientos en comunidades donde la iniciativa y pensamiento viene marcado cada vez más por los procesos algorítmicos diseñados en los centros de poder real. Estaremos de acuerdo en afirmar que el individualismo y apatía se han instalado en gran parte de la población dando lugar a crear estados de opinión y tendencias cada vez más uniformes.

La indolencia de una gran parte de los jóvenes en este asunto, como en otros muchos, es más que manifiesta. Salvo honrosas excepciones, de las que en nuestra pequeña Euskal Herria podemos sentirnos orgullosos, una gran parte de la juventud, por desconocimiento de la historia o egoísta comodidad, adopta posturas de servidumbre o de colaboración directa o indirecta en procesos de admiración a referentes o personajes parasitarios. Vividores en el sentido más literal, que su cuna o fortuna los ha convertido en personajes públicos, y que su ociosidad en colaboración de los medios y redes sociales los convierte en lo que han dado llamar influencer como sinónimo de triunfador. Olvidándose de personajes con mayúsculas, generosos luchadores e idealistas, que sacrificaron todo para que ellos, todos, pudiéramos vivir mejor.

Tampoco podemos eludir la gran responsabilidad de los que por edad y conciencia no hemos sabido trasmitir los valores logrados en la constante y satisfactoria persecución de la utopía de lograr una sociedad mejor.

Y en esta preocupante deriva están participando también sectores llamados progresistas o de izquierdas con discursos y propuestas de creación de grandes Estados o sociedades, defensores de tendencias para uniformar lenguas, culturas, e incluso hábitos y comportamientos en el más puro estilo neoliberal en un paso más de su estrategia globalizadora.

Lo mismo se pudiera decir de las organizaciones de clase, sindicatos y otros colectivos. Cómo es posible que desde estas organizaciones no se cuestione o genere un debate sobre por qué muchos de sus miembros dirigen su preferencia de voto hacia la extrema derecha y derecha extrema. Si la razón es que sus formaciones no cumplen ni ofrecen lo prometido habrá que trabajar para reformarlas o cambiarlas a lo que las sociedades progresistas demanden.

Cómo es posible que fuerzas y colectivos progresistas, o que al menos así se definen, puedan oponerse a un derecho tan democrático como es la libre elección de los pueblos a decidir su futuro, o que no cuestionen la parcialidad de un sistema judicial en función de quien consideren el imputado. Cómo se pueden ofender por el hecho de etiquetarles como antisistema, cuando esto debiera ser un halago en vez de algo peyorativo para el que defiende los derechos y la democracia ante un sistema que los vulnera y pervierte. El no defender los derechos individuales o colectivos es otra forma de estimular el fascismo.

Es como afirmar defender el planeta y no cuestionar u oponerse a participar de las causas que lo están destruyendo.

Hay que recuperar la autoestima y sacudirse estas taras, confrontando abiertamente y sin complejo todo lo relacionado con la defensa de los derechos y libertades sin dejarse contaminar por discursos totalitarios y oponiéndose con todas fuerzas a la pérdida de los valores democráticos que tanto ha costado, y cuesta, conseguir.