GARA Euskal Herriko egunkaria
CRÍTICA: «SURO»

¿De dónde viene el corcho de los tapones de botella?


Vivimos en un mundo lleno de contradicciones, y el donostiarra Mikel Gurrea lo refleja muy bien en su ópera-prima “Suro” (2022), que en el SSIFF recibió el Fipresci de la crítica internacional, el de guionistas locales y el Irizar del cine hecho en Euskal Herria. La película está rodada en catalán, idioma del que toma su título cuyo significado es “corcho”. Un elemento ya en sí mismo contradictorio, pues representa una versión actual del eterno debate entre lo viejo y lo nuevo. Que se extiende además al propio producto final, ya que, si tomamos los corchos de las botellas de vino, las bodegas están enfrentadas a la hora de cerrar sus botellas con el tapón tradicional o el fabricado con otros materiales más baratos, para disgusto de enólogos y catadores en general. Gurrea va al origen mismo del conflicto, en la medida en que todo el proceso depende de la “pela” de los alcornoques con cuya corteza se fabrica la preciada materia prima de la que hablamos.

“Suro” (2022) no es una obra oportunista que se apunta sin más al creciente interés por el medio rural que demuestran “Alcarràs” (2022) o “As bestas” (2022), y comparte con la película de Carla Simón y sus melocotones de Lleida, o los parques eólicos gallegos de la de Rodrigo Sorogoyen, las claves del diálogo no siempre fluido y natural entre urbanitas y ruralitas. El choque cultural y sociológico resulta de todas todas inevitable, por lo que las buenas intenciones teóricas de la pareja de la cinta de Gurrea se estrellan en la práctica contra las diferencias entre la población nativa y la recién llegada, que pretende incorporarse de la noche a la mañana a modos seculares de vida. El quid de la cuestión está en que la huida de la ciudad no convierte automáticamente al campo en un espacio ideal, en cuanto a que hasta allí también llegan la problemática laboral y la de la inmigración, y el concepto “emprendedor” no desplaza al antiguo de cacique.