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CRÍTICA «EL VIAJE A PARÍS DE LA SEÑORA HARRIS»

Cuando la moda era todavía un artículo de lujo


La mayor y principal baza de “Mrs. Harris Goes to Paris” (2022) es la elección estelar de Lesley Manville, que por ser la actriz predilecta de Mike Leigh representa a la mujer trabajadora de clase media-baja como ninguna otra. Ella es la que hace creíble este luminoso cruce entre el cine social británico y la fábula de superación femenina cercana al cuento de hadas. Eso, y la perfecta ambientación histórica, que recrea los años 50 en una mezcla de realismo crítico e idealización nostálgica, tanto en cuanto se muestra el mito parisino romántico sin dejar de lado las protestas callejeras contra la corrupción política o la caricaturización de una burguesía y una aristocracia hipócritas en sus buenos modales que esconden prácticas no tan elegantes. No cabe duda de que el cine de Renoir dejó su poso en la mirada actual hacia la sociedad francófona de posguerra.

Un pasado que se toma prestado de la novela de Paul Gallico, y que en la película da lugar a una certera representación de las diferencias de clase entonces tan acusadas. La moda se toma como ejemplo de dicho elitismo, al ser todavía considerada como un artículo de lujo. La democratización en el vestir y el prêt-à-porter no habían llegado, y una firma como Dior no tenía sucursales fuera de la capital, lo que explica el viaje de la protagonista. Una viuda de combatiente en la II Guerra Mundial que se gana la vida como empleada doméstica, y que gracias a la ayuda de otra limpiadora y de un apostador podrá reunir el dinero que necesita para adquirir el vestido de sus sueños.

Una vez en Chez Dior se topará con obstáculos para acceder a ese mundo, vigilado por la jefa del taller encarnada por una Isabelle Huppert que saca a relucir su lado más chovinista y antipático.