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AZKEN PUNTUA

Final


Hay finales que suponen principios, como aquella que alcanzó Amaiur Lujanbio abriendo en el mundo tradicional del bertsolarismo una nueva era que no parece tener fin. Hay también finales sin principios, como la de ayer en ese país del Golfo en el que los derechos humanos han perdido por goleada al arbitrio de la corrupción blanca, cristiana y europea. Y hay finales que son sólo eso, un final, el final. Cantó ayer Amets Arzallus sobre la energía que genera una sonrisa cómplice en quien no posee nada, en quien ha recorrido desiertos llevando el propio en su interior. Para algunos de ellos, el final está en el norte, allí donde desean comenzar un principio para ellos y para sus hijos, algunos de los cuales jugaron y perdieron ayer aunque ya lo hayan ganado todo. Pero para otros, el final acaba aquí, a orillas del Bidasoa, o incluso allí a las del Mediterráneo. Millones celebraron ayer la final de un Mundial reflejo de un mundo sin principios, acorraladas frente a miles de televisores comprados con el crédito de bancos millonarios, despreocupadas por unos instantes frente al final de mes, adorando a un jugador de futbol, sol de su bandera albiceleste, que disfrutará hasta su propio final con los millones de los que carece el resto. Lástima que no exista juicio final. Sería un buen principio.